martes, 31 de agosto de 2010

ACTO TERCERO

La misma decoración. La mesa, con el sofá y las sillas ha sido trasladada al centro. Sobre ella, una lámpara encendida. La puerta de la antesala está abierta. Se oye música de baile procedente del piso superior.

La señora linde, sentada junto a la mesa, hojea distraídamente un libro. Hace un esfuerzo para leer; pero parece que no puede concentrarse. De cuando en cuando escucha con atención hacia la puerta.

señora linde. (Mirando su reloj.)

Aún no... y ya ha pasado la hora. Con tal que... (Escucha de nuevo.) ¡Aquí está! (Sale a la antesala y abre con cuidado la puerta del piso. Se oyen pasos por la escalera. En voz baja.) Pase. No, no hay nadie.

krogstad. (A la puerta.)

He encontrado una carta suya en casa. ¿Qué quiere decir eso?

señora linde.

Es indispensable que hable con usted.

krogstad.

¿Sí? ¿Y tiene que ser en esta casa precisamente?

señora linde.

Donde vivo es imposible: mi habitación no tiene entrada independiente. Pase usted; estamos los dos solos: las muchachas duermen y los Helmer asisten a un baile en el piso de arriba.

krogstad.

¿Conque los Helmer están de baile esta noche? ¿De veras?

señora linde. ¿Por qué no?

krogstad. Es cierto.

señora linde.

Bueno, Krogstad; vamos a hablar.

krogstad.

¿Tenemos algo de qué hablar nosotros?

señora linde. Mucho.

krogstad.

No lo hubiera creído.

señora linde.

Es que usted jamás me ha comprendido bien.

krogstad.

No había nada que comprender; esas cosas son muy corrientes en la vida; una mujer sin corazón se quita de encima a un hombre, cuando se le depara algo más ventajoso.

señora linde.

¿Cree usted que no tengo corazón? ¿Cree que rompí nuestras relaciones sin pensar?

krogstad. ¡Ah! ¿No?

señora linde.

Krogstad, ¿ha creído usted eso, en efecto?

krogstad.

Si no es así, ¿por qué me escribió usted como lo hizo?

señora linde.

No podía hacer otra cosa. Resuelta a romper con usted, estimé deber mío arrancar de su corazón todos sus sentimientos hacia mí.

krogstad. (Apretando los puños.)

¿De manera que fue así? ¡Y todo... por dinero!

señora linde.

No debe olvidar que yo tenía una madre inválida y dos hermanos pequeños. No podíamos aguardarle a usted, Krogstad; sus esperanzas eran tan lejanas...

krogstad.

Puede ser; pero, aun así, no tenía usted derecho a rechazarme por otro.

señora linde.

No sé. Muchas veces me lo he preguntado.

krogstad. (Más bajo.)

Cuando la perdí, fue como si desapareciera bajo mis pies la tierra firme. Míreme ahora: soy un náufrago agarrado a una tabla.

señora linde. Puede estar cerca su salvación.

krogstad.

Cerca estaba; pero vino usted a ponerse por medio.

señora linde.

Yo no sabía nada, Krogstad. Hasta hoy no me he enterado de que es a usted a quien voy a sustituir en el Banco.

krogstad.

Lo creo, puesto que usted lo dice. Pero ahora que lo sabe, ¿no piensa retirarse?

señora linde.

No, porque no sería de ningún provecho para usted.

krogstad.

¿Provecho?... Yo que usted, lo haría, de todos modos.

señora linde.

He aprendido a proceder con sensatez. La vida y la amarga necesidad me lo han enseñado.

krogstad.

Pues a mí me ha enseñado la vida a no creer en frases.

señora linde.

Y le ha enseñado la vida una cosa muy sensata. Pero en hechos creerá usted, ¿no?

krogstad.

¿Qué quiere usted insinuar?

señora linde.

Me ha dicho que se encontraba como un náufrago agarrado a una tabla.

krogstad.

Tenía mis razones para hablar así.

señora linde.

Yo también soy un náufrago agarrado a una tabla. No cuento con nadie por quien sufrir, con nadie a quien consagrarme.

krogstad.

Usted misma lo ha querido.

señora linde. No podía elegir.

krogstad.

En fin, ¿qué más?

señora linde.

Krogstad: ¿y si estos dos náufragos se unieran en la misma tabla?

krogstad.

¿Qué dice usted?

señora linde.

Dos náufragos en la misma tabla están mejor que cada uno en la suya.

krogstad. ¡Cristina!

señora linde.

¿Por qué cree usted que he venido a la ciudad?

krogstad.

¿Habrá pensado usted en mí?

señora linde.

He de trabajar para soportar la vida. He trabajado siempre desde que tengo uso de razón, y ésta ha sido mi mayor y única alegría. Pero ahora me encuentro sola en el mundo, sola en absoluto y abandonada. Trabajar para una misma no produce alegría. Krogstad, búsqueme alguien por quien poder trabajar...

krogstad.

No la creo a usted. Eso no es sino generosidad exaltada de mujer que quiere sacrificarse.

señora linde.

¿Me ha visto usted exaltada alguna vez?

krogstad.

¿Sería usted verdaderamente capaz de hacer lo que dice?

señora linde. Sí.

krogstad.

Dígame: ¿conoce usted bien mi pasado?

señora linde. Sí.

krogstad.

¿Y sabe cómo me consideran aquí?

señora linde.

Me parece haberle entendido hace poco que presume que conmigo habría sido otro hombre.

krogstad.

De eso estoy bien seguro.

señora linde.

¿Y no podrá serlo todavía?...

krogstad.

¡Cristina!... ¿Ha reflexionado despacio lo que dice?... ¡Sí, lo veo en su cara!... ¿Tendrá usted valor...?

señora linde.

Necesito alguien a quien servir de madre. Sus hijos están tan necesitados de una... Nosotros también nos necesitamos el uno al otro. Krogstad, creo en su buen fondo... Con usted me atrevo a afrontarlo todo.

krogstad. (Cogiéndole las manos.)

Gracias, gracias., Cristina... Ahora sabré rehabilitarme... ¡Ah! pero me olvidaba...

señora linde. (Escuchando.)

¡Chis!... ¡La tarantela!... ¡Váyase, váyase!

krogstad.

¿Por qué?... ¿Qué pasa?...

señora linde.

¿Oye esa música? Cuando haya acabado, volverán...

krogstad.

Sí, ya me voy. Todo es inútil. Usted desconoce, naturalmente, el paso que he dado contra los Helmer.

señora linde.

No, Krogstad; estoy enterada.

krogstad.

Y a pesar de eso, ¿tiene usted valor para...?

señora linde.

Comprendo perfectamente hasta qué extremos lleva la desesperación a un hombre como usted.

krogstad.

¡Ah! si pudiera deshacer lo que he hecho...

señora linde.

Puede deshacerlo; su carta sigue aún en el buzón.

krogstad.

¿Está usted segura?

señora. linde.

Por completo; pero...

krogstad. (Con una mirada inquisitiva.)

¿Será eso la explicación de todo?... Usted quiere salvar a su amiga, no importa cómo. Haría mejor en decírmelo francamente. ¿Es así?

señora linde.

Krogstad, cuando una persona se ha vendido una vez por salvar a alguien, no reincide.

krogstad.

Le pediré que me devuelva la carta.

señora linde. ¡No, no!

krogstad.

¡Pues no faltaba más! Aguardaré a que baje Helmer y le diré que tiene que devolverme la carta... que sólo trata de mi cesantía... y que no debe leerla...

señora linde.

No, Krogstad; no pida usted esa carta.

krogstad.

Vamos, dígame: ¿no fue en realidad ésa la razón por la cual me citó aquí?

señora linde.

Sí, con el sobresalto del primer momento... Pero han pasado veinticuatro horas, y durante ese tiempo he sido testigo de cosas increíbles en esta casa. Helmer debe enterarse de todo. Es indispensable una explicación entre los dos; tantos pretextos y ocultaciones tienen que desaparecer de una vez.

krogstad.

¡Ea! si usted se atreve a tomarlo por su cuenta... Pero se puede hacer una cosa, y ahora mismo...

señora linde.

¡Dése prisa! ¡Váyase, váyase!... Ha terminado la música; ya no estamos seguros ni un momento más...

krogstad.

La espero abajo.

señora linde.

Conforme; puede acompañarme hasta la puerta de mi casa.

krogstad.

¡Jamás en mi vida he sido tan indeciblemente feliz! (Vase, dejando abierta la puerta de la antesala.)

señora linde. (Arregla un poco la habitación, y prepara su abrigo y su sombrero.)

¡Qué giro han tomado las cosas! Ya tengo por quién trabajar... por quién vivir... un hogar al que llevar un poco de calor... ¡Claro que lo haré!... Pero ¿no bajan todavía?... (Escuchando.) ¡Ah! ya vienen. Me pondré el abrigo. (Se pone el abrigo y el sombrero.) (Óyense las voces de los helmer y el ruido de la llave en la cerradura. Entra helmer trayendo casi a la fuerza a nora. Esta aparece vestida con el traje italiano y un gran mantón negro sobre los hombros. helmer viste de frac y va cubierto con un dominó negro también.)

nora. (Desde la puerta, resistiéndose.) No, no, no; aquí no. Quiero subir otra vez. No quiero marcharme tan temprano.

helmer.

Pero, mi querida Nora...

nora.

Te lo pido por favor, Torvaldo. ¡Te lo suplico!... ¡Solamente una hora!

helmer.

Ni un minuto, Norita. Ya sabes lo convenido. Vamos adentro; estás enfriándote aquí. (A despecho de la resistencia de nora, la conduce suavemente al salón.)

señora linde. Buenas noches.

nora.

¡Cristina!

helmer.

¡Cómo, señora Linde! ¿Usted aquí, tan tarde?

señora linde.

Sí, perdón; ¡tenía tantas ganas de ver a Nora disfrazada!

nora.

¿Has estado aquí aguardándome?

señora linde.

Sí. Desgraciadamente, no pude venir a tiempo; cuando llegué, ya habías subido, y por mi parte, no quería irme sin verte.

helmer. (Quitando a nora el chal.)

Mírela bien. Creo que vale la pena. ¿No está maravillosa, señora Linde?

señora linde. Sí que está muy guapa.

helmer.

Encantadora de bonita, ¿verdad? Esa ha sido también la opinión de todo el mundo en la fiesta. Pero es terriblemente testaruda. ¿Cómo remediarlo? Figúrese que he tenido que emplear la fuerza para traerla conmigo.

nora.

¡Ah! Torvaldo, vas a arrepentirte de no haberme concedido media hora siquiera.

helmer.

Ya lo oye usted, señora. Ha bailado su tarantela con un éxito loco... por cierto, bien merecido, a pesar de que en la interpretación ha hecho demasiados alardes de naturalidad; vamos, algunos más de los estrictamente necesarios, según las exigencias del arte. Pero, en suma, lo principal es que ha tenido éxito, un éxito rotundo. ¿Cómo iba yo a consentirle que permaneciese allí más tiempo? Hubiera echado a perder todo el efecto, ¡y eso sí que no!... Cogí del brazo a la encantadora chiquilla de Capri: una vuelta por la sala, una inclinación a cada lado, y como dicen las novelas, se desvaneció la bella aparición. En los desenlaces siempre conviene el efecto, señora; pero no puedo inculcar esto a Nora. ¡Uf, qué calor hace aquí! (Tira el dominó sobre una silla y abre la puerta de su despacho.)

¡Cómo! ¿No hay luz?... ¡Ah! sí, claro. Usted dispense. (Entra y enciende dos bujías.)

nora. (Sofocada, cuchicheando.) ¿Qué hay?

señora linde. (En voz baja.) He hablado con él.

nora. ¿Y qué?

señora linde.

Nora... debes decírselo todo a tu marido.

nora. (Con acento desmayado.) Lo sabía...

señora linde.

No tienes que temer nada de Krogstad; pero debes hablar.

nora.

No hablaré.

señora linde.

En ese caso, hablará la carta por ti.

nora.

Gracias, Cristina; ahora ya sé lo que tengo que hacer. ¡Chis!... ¡Cállate!

helmer. (De vuelta.)

¿Qué, señora: la ha admirado usted a su sabor?

señora linde.

Sí, y ahora voy a despedirme.

helmer.

¿Ya?... ¿Es suya esta labor?

señora linde. (Recogiéndola.) Gracias; por poco la olvido.

helmer.

¿De modo que hace usted punto?

señora linde. Un poco.

helmer.

Debería usted bordar en vez de hacer punto.

señora linde. ¿Sí? ¿Por qué?

helmer.

Es mucho más bonito. Mire: se tiene la labor en la mano izquierda y luego, con la mano derecha, se lleva la aguja, haciendo una ligera curva. ¿No es así?...

señora linde. Sí, tal vez...

helmer.

Mientras que hacer punto resulta siempre antiestético. Mire: los brazos pegados al cuerpo, las agujas subiendo y bajando... parece un trabajo de chinos... ¡Oh, qué estupendo champaña nos han servido!

señora linde.

¡Vaya! Nora, buenas noches: y no seas tan terca.

helmer.

¡Bien dicho, señora Linde!

señora linde. Buenas noches, señor director.

helmer (Acompañándola a la puerta.)

Buenas noches, buenas noches; espero que llegará bien a su casa. Yo, por supuesto, con mucho gusto... Pero como está tan cerca... Buenas noches, buenas noches. (La señora linde sale. helmer cierra la puerta y vuelve a entrar.) ¡Por fin nos la hemos quitado de encima! ¡Qué mujer más fastidiosa!

nora.

¿No estás muy cansado, Torvaldo?

helmer.

No, ni por asomo.

nora.

¿No tienes sueño tampoco?

helmer.

Nada. Al contrario, me siento muy animado. ¿Y tú?... Tú sí que tienes cara de sueño.

nora.

Sí, estoy muy cansada. En seguida me dormiré.

helmer.

¿No ves cómo tenía razón para no querer que nos quedásemos más tiempo en el baile?

nora.

¡Oh! Tú siempre tienes razón en todo.

helmer. (Le da un beso en la frente.)

Ya empieza a hablar la alondra como una persona. Dime: ¿Te fijaste en lo animado que estaba Rank esta noche?

nora.

¡Ah! ¿Sí?... No he llegado a hablar con él.

helmer.

Yo apenas le he hablado tampoco. Pero hace mucho tiempo que no le veía de tan buen humor. (La mira un rato y se acerca.) ¡Qué alegría estar de regreso en casa, solo contigo!... ¡Oh, qué mujercita tan linda y tan deliciosa!

nora.

¡No me mires así, Torvaldo!

helmer.

¿Es que no puedo mirar mi más caro tesoro, toda esta hermosura que es mía y nada más que mía?

nora. (Corriéndose al otro lado de la mesa.) No me hables así esta noche...

helmer. (Mientras la sigue.)

¡Cómo se nota que aún te bulle la tarantela en la sangre! ¡Y eso te hace más seductora...! ¡Escucha! Ya se van los invitados. (Bajando la voz.) Nora... pronto quedará toda la casa en silencio.

nora.

Sí, eso espero.

helmer.

¿Verdad, querida Nora?... ¡Oh! cuando estamos en una fiesta... ¿sabes por qué te hablo tan poco, por qué permanezco lejos de ti, lanzándote sólo alguna que otra mirada a hurtadillas? ¿Sabes por qué?... Porque entonces me imagino que eres mi amor secreto, mi joven y hermosa prometida, y que nadie sospecha lo que hay entre nosotros dos.

nora.

Sí, ya sé que todos tus pensamientos son para mí.

helmer.

Y al marcharnos, cuando echo el chal sobre tus delicados hombros juveniles, alrededor de esta nuca divina... me imagino que eres mi joven desposada, que volvemos de la boda, que por vez primera te traigo a mi hogar... que al cabo estoy solo contigo, enteramente solo contigo, mi tierna hermosura temblorosa. Durante toda esta noche no he tenido otro deseo que tú. Cuando te vi hacer como que perseguías, seducías y provocabas bailando la tarantela, empezó a hervirme la sangre, no pude resistir más, y por eso te hice salir tan de prisa.

nora. Vete, Torvaldo. Déjame. No seas así.

helmer.

¿A qué viene esa actitud? ¿Estás bromeando conmigo, Norita? Conque no quieres, ¿eh? ¿Acaso no soy tu marido?

(Se oye llamar a la puerta exterior.)

nora. (Se estremece.) ¿Has oído?

helmer. (Pasando a la antesala.) ¿Quién es?

doctor rank. (Desde fuera.)

Soy yo. ¿Puedo entrar un instante?

helmer. (Molesto, en voz baja.)

¡A quién se le ocurre...! ¿Qué querrá ahora? (Sube la voz.) Aguarda un momento. (Abre la puerta.) Es una atención eso de que no pases ante nuestra puerta sin llamar.

doctor rank.

Me ha parecido oír tu voz y se me ha antojado entrar a haceros una visita. (Pasea una ojeada en torno suyo.) ¡Ah, éste es el hogar familiar y querido! ¡Qué agradable y qué acogedor! ¡Sois felices!

helmer.

Pues a tu vez parecías pasarlo muy a gusto ahí arriba.

doctor rank.

¡Magníficamente! ¿Y por qué no divertirme? ¿Por qué no disfrutarlo todo en este mundo? Por lo menos, todo lo que se pueda, y mientras se pueda. El vino era excelente...

helmer.

En particular, el champaña.

doctor rank.

¿Tú también lo has notado? Es asombrosa la cantidad que he ingerido.

nora.

Torvaldo no ha bebido menos champaña esta noche.

doctor rank. ¿Sí?

nora.

Sí, y después se pone tan alegre...

doctor rank.

¡Diantre! ¿Por qué no va uno a pasar una velada agradable tras de un día bien empleado?

helmer.

Hoy, por desgracia, no me atrevo a ufanarme de que haya sido bien empleado el día.

doctor rank. Yo sí, ¿sabes?

nora.

Doctor, hoy, de seguro, ha estado usted haciendo alguna investigación científica...

doctor rank. Sí, justamente.

helmer.

¡Hombre! ¡Norita, hablando de investigaciones científicas!

nora.

¿Y puedo felicitarle por el resultado?

doctor rank. Ya lo creo.

nora.

Entonces, ¿fue bueno?

doctor rank.

El mejor posible, tanto para el médico como para el paciente: la certidumbre.

nora. (Precipitadamente, en tono escrutador.) ¿La certidumbre?

doctor rank.

Una certidumbre absoluta. Después de todo, ¿por qué no iba a permitirme pasar una noche alegre?

nora.

Ha hecho usted muy bien, doctor.

helmer.

Lo mismo digo, siempre que no pagues las consecuencias el día de mañana.

doctor rank.

Todo se paga en esta vida.

nora.

Doctor... ¿le gustan a usted mucho los bailes de máscaras?

doctor rank.

Sí, cuando abundan los trajes divertidos,..

nora.

Oiga: ¿de qué vamos a disfrazarnos usted y yo para el próximo baile?

helmer.

¡Qué caprichosa! ¿Ya estás pensando en el próximo baile?

doctor rank.

¿Usted y yo?... Pues verá: usted irá de mascota...

helmer.

Ahora falta ver cómo concibes un disfraz de mascota.

doctor rank.

Deja a tu mujer presentarse tal como va todos los días...

helmer.

¡Bravo! Pero ¿y tú, no has pensado cómo vas a ir?

doctor rank.

Sí, amigo mío; ya lo tengo pensado.

helmer. ¿Cómo?

doctor rank.

En el próximo baile de máscaras yo seré invisible.

helmer.

¡Qué idea tan cómica!

doctor rank.

Existe un sombrerazo negro... ¿No has oído hablar del sombrero que hace invisible? (1). Cuando te lo pones no hay quien te vea.

helmer. (Disimulando una sonrisa.) Eso sí, no cabe duda.

doctor rank.

Pero olvidaba enteramente a qué he venido. Helmer, dame un puro, uno de tus habanos negros.

helmer. (Le ofrece la cigarrera.) Con mucho gusto.

doctor rank. (Tomando un cigarro y cortándole la punta.) Gracias.

nora. (Prende una cerilla.) Permítame que se lo encienda.

.doctor rank.

Muchas gracias. (NORA acerca la cerilla para darle lumbre.) Y ahora... ¡adiós!

helmer.

Adiós, adiós, amigo mío.

nora.

Descanse bien, doctor Rank.

doctor rank.

Agradezco sus buenos deseos.

nora.

Deséeme usted otro tanto.

doctor rank.

¿A usted? Puesto que lo quiere... descanse bien. Y gracias por la lumbre. (Saluda y vase.)

helmer. (Con voz templada.) Ha bebido bastante.

nora.

Es posible. (helmer saca sus llaves del bolsillo y se dirige a la antesala.) Torvaldo... ¿qué vas a hacer?

helmer.

Quiero vaciar el buzón, está muy lleno; no va a haber sitio para los periódicos mañana por la mañana...

nora.

¿Vas a trabajar esta noche?

helmer.

Ya sabes que no... Pero ¿qué es esto? Alguien ha andado en la cerradura.

nora.

¿En la cerradura?

helmer.

¿Qué podrá ser? No paso a creer que las muchachas... Aquí hay un trozo de horquilla... ¡Nora, es tuya!

nora. (Azorada.)

Habrán sido los niños...

helmer.

Tienes que quitarles esa costumbre. ¡Hum! Ya he conseguido abrirlo. (Saca el contenido, y llama hacia la cocina.) ¡Elena... Elena! Apaga esta lámpara del vestíbulo. (Vuelve a entrar en el salón, cerrando la puerta de la antesala, con las cartas en la mano.) Mira, ya ves qué montón... (Examinando los sobres.) ¿Qué hay aquí?

nora. (Junto a la ventana.)

¡La carta! ¡No, Torvaldo, no!

helmer.

Dos tarjetas de... Rank.

nora.

¿De Rank?

helmer. (Leyéndolas.)

"Rank, doctor en medicina." Estaban encima de todo. Las habrá echado al marcharse.

nora.

¿Tienen algo escrito?

helmer.

Hay una cruz encima del nombre. Míralo. ¡Qué ocurrencia! Es como si anunciara su propia muerte.

nora.

Es lo que hace exactamente.

helmer.

¿Qué? ¿Sabes algo? ¿Te ha dicho algo?...

nora.

Sí. Esas tarjetas indican que se ha despedido de nosotros. Quiere encerrarse para morir.

helmer.

¡Pobre amigo mío! Sospechaba que iba a faltarme dentro de muy poco tiempo. Pero ¡tan pronto!... Y va a esconderse como un animal herido.

nora.

Si ha de suceder, más vale que sea sin palabras. ¿Verdad, Torvaldo?

helmer. (Pensando.)

¡Estaba tan unido a nosotros!... Me cuesta trabajo creer que vayamos a perderle. Con sus achaques y su retraimiento constituía como el fondo sombrío de nuestra resplandeciente felicidad... Al fin y al cabo, quizá sea lo mejor... Para él, al menos. (Se detiene.) Y puede que asimismo para nosotros, Nora. Ahora nos debemos exclusivamente el uno al otro. (La abraza.) ¡Oh, adorada mujercita! Parece que nunca te estrecharé bastante. Figúrate, Nora... muchas veces desearía que te amenazase un peligro inminente para poder arriesgar mi vida, mi sangre y todo por ti...

nora. (Desasiéndose, con voz firme, decidida.) Lee las cartas, Torvaldo.

helmer.

No, no; esta noche, no. Quiero estar contigo, mi adorada mujercita.

nora.

¿Con la idea de la muerte de tu amigo?...

helmer.

Tienes razón. Nos ha afectado a los dos. Se ha interpuesto entre nosotros una cosa aborrecible: la imagen de la muerte y de la disolución. Hemos de deshacernos de ella. Hasta entonces... nos retiraremos cada cual por su lado.

nora. (Abrazándose a su cuello.)

¡Buenas noches, Torvaldo... buenas noches!

helmer. (Besándola en la {rente.)

¡Buenas noches, pajarito cantor! Que descanses, Nora. Voy a leer las cartas. (Pasa a su despacho con la correspondencia, cerrando la puerta.)

nora. (Tantea en torno suyo con ojos extraviados, coge el dominó de helmer y se envuelve en él, mientras murmura, con voz ronca y entrecortada.)

¡No volver a verle jamás! ¡Jamás, jamás, jamás! (Echándose el chal por la cabeza.) ¡Y a los niños... no volveré a verlos nunca tampoco!... ¡Oh! el agua helada... y negra... ¡Ah! ¡Si todo hubiera pasado ya!... Ahora la abre, la estará leyendo... No, no, todavía no. ¡Adiós, Torvaldo!... ¡Adiós, hijos míos!

(Se lanza hacia la antesala; pero en el mismo instante, helmer abre violentamente la puerta de su despacho, y aparece con una. carta desplegada en la mano.)

helmer. ¡Nora!

nora. (Profiriendo un grito agudo.) ¡Ah!

helmer.

¿Qué significa esto?... ¿Sabes lo que dice esta carta?

nora.

Sí, lo sé. ¡Deja que me marche! ¡Déjame salir!

helmer.

¿Adonde vas? (Reteniéndola.)

nora. (Intentando desprenderse.) No debes salvarme, Torvaldo.

helmer (Retrocede, tambaleándose.)

¡Luego es verdad lo que dice! ¡Dios mío! ¡No es posible!...

nora.

Es verdad. Te he amado sobre todas las cosas.

helmer.

¡No más ridiculeces!

nora. (Dando un paso hacia él.) ¡ Torvaldo!...

helmer.

¡Desgraciada!... ¿Qué has hecho?

nora.

Déjame marchar. Tú no vas a llevar el peso de mi falta. No debes hacerte responsable de mi culpa.

helmer.

¡Basta de comedias! (Cierra con llave la puerta de la antesala.) Te quedarás aquí a rendirme cuentas. ¿Comprendes lo que has hecho? ¡Respóndeme! ¿Lo comprendes ?...

nora. (Mirándole fija, con una expresión creciente de rigidez.) Sí; ahora es cuando realmente empiezo a comprender...

helmer. (Paseándose.)

¡Qué horrible despertar1! ¡Durante ocho años... ella, que era mi alegría, mi orgullo... una hipócrita... una impostora... peor aún, una criminal!... ¡Oh, Dios! ¡Qué abismo de monstruosidad hay en todo esto! ¡Qué bajeza! (NORA continúa mirándole fija, sin hablar. Deteniéndose ante ella.) Debía haber presentido lo que iba a ocurrir. Con la ligereza de principios de tu padre... Tú los has heredado. Falta de religión, falta de moral, falta de sentido del deber... ¡Oh! bien castigado estoy por mi indulgencia para su conducta. Por ti lo hice, y así me correspondes.

nora. Sí, así.

helmer.

Has destruido toda mi felicidad. Has arruinado todo mi porvenir... ¡Oh! da espanto pensarlo. Estoy en manos de un hombre sin conciencia que puede hacer de mí cuanto quiera, exigirme lo que sea, sin que yo me atreva a rechistar. ¡Y tener que hundirme tan miserablemente por culpa de una mujer indigna!

nora.

Cuando yo desaparezca del mundo, serás libre.

helmer.

Déjate de frases huecas. Tu padre tenía también una provisión de frases parecidas a mano. ¿De qué me serviría que abandonaras el mundo? De nada. En todo caso, puede hacerse público el asunto, y entonces sospecharán que yo estaba enterado de tu delito. Hasta pueden creer que te apoyé... que te induje a cometerlo. ¡Y pensar que esto te lo debo agradecer a ti! ¡A ti, a quien he mimado hasta la exageración durante toda nuestra vida matrimonial! ¿Comprendes ya el daño que me has hecho?

nora. (Con fría tranquilidad.) Sí.

helmer.

Es algo tan increíble, que no me cabe en la cabeza. Hemos de adoptar una resolución. ¡Quítate ese dominó!... ¡Que te lo quites, digo!... Tengo que satisfacerle en una forma u otra. Hay que ahogar el asunto, sea como sea... En cuanto a ti y a mí, haremos como si nada hubiese cambiado. Sólo a los ojos de los demás, por supuesto. Seguirás aquí, en casa, como es lógico. Pero no te será permitido educar a los niños; no me atrevo a confiártelos... ¡Ah, tener que decírselo a quien tanto he amado y a quien todavía...! ¡Vaya! esto debe acabar. Desde hoy no se trata ya de nuestra felicidad; se trata exclusivamente de salvar los restos, los despojos, las apariencias... (Suena la campanilla, y helmer se estremece.) ¿Qué será? ¡Tan tarde!... Sólo faltaría que... ¿Acaso habrá ese hombre...? ¡Escóndete, Nora! Diré que estás enferma.

(nora no se mueve. helmer se dirige a abrir la puerta.)

elena. (A medio vestir, en la antesala.) Ha llegado una carta para la señora.

helmer.

Dámela. (Coge la cana, y cierra la puerta.) Sí, es de él. Pero no te la entregaré; quiero leerla yo mismo.

nora. Léela.

helmer. (Acercándose a la lámpara.)

Casi no tengo valor para ello. Quizá estemos perdidos tú y yo... No; he de saberlo. (Rompe precipitadamente el sobre, lee algunas líneas, examina un papel adjunto, y lanza un grito de alegría.) ¡Nora! (NORA le mira, interrogante.) ¡Nora!... No; voy a volver a leerlo... Sí, eso es. ¡Estoy salvado! ¡Nora, estoy salvado!

nora. ¿Y yo?

helmer.

Tú igual, naturalmente; los dos estamos salvados, tú y yo. Te devuelve el recibo. Dice que se arrepiente... Un cambio feliz en su vida... Bueno; ¡qué importa lo que diga! ¡Estamos salvados, Nora! Ya nadie puede hacerte nada... ¡Ah! Nora... primero hay que desentenderse de todas estas abominaciones. Vamos a ver... (Echa una ojeada al recibo.) No, no quiero verlo; supondré que todo ha sido una pesadilla. (Rompe las dos cartas y el recibo, arrojándolo lodo a la estufa, y contempla cómo arden los pedazos.) ¡Ea! se acabó todo... ¡Oh, qué tres días más horribles has debido de pasar, Nora!

nora.

Sí; durante estos tres días he sostenido una lucha atroz,

helmer.

¡Lo que habrás sufrido, sin ver otra salida que...! ¡No! olvidemos todos estos sinsabores. Sólo debemos alegrarnos y repetir de continuo: "Ya pasó, ya pasó"... Pero, mujer, Nora, óyeme; parece que no has comprendido... ¡Vamos! ¿Qué es eso... esa cara tan compungida?... ¡Oh! ya comprendo ¡pobrecita! No puedes creer que te haya perdonado. Créelo, Nora; te lo juro: estás de todo punto perdonada. Bien sé que lo has hecho por amor a mí.

nora. Así es.

helmer.

Me has amado como una esposa debe amar a su marido. Únicamente te faltó discernimiento en la elección de medios. ¿Crees que te quiero menos por eso, porque no sabes conducirte a ti misma?... No tienes más que apoyarte en mí, y te guiaré. Dejaría yo de ser un hombre si tu incapacidad de mujer no te hiciera el doble de atractiva a mis ojos. Olvida las duras palabras que te he dirigido en el primer arrebato, cuando creía que todo iba a derrumbarse sobre mí. Te he perdonado, Nora; te juro que te he perdonado.

nora.

Agradezco tu perdón. (Vase por la derecha.)

helmer.

No; quédate. (Siguiéndola con la mirada.) ¿Qué haces en la alcoba?

nora. (Desde dentro.) Quitándome el disfraz.

helmer. (A la puerta.)

Sí, está bien; procura tranquilizarte, y reponerte, pajarito asustado. Descansa tranquila; yo tengo alas lo bastante grandes para cobijarte. (Paseándose, sin alejarse de la puerta.) ¡Oh, que hogar tan tranquilo y acogedor! Aquí estás segura; te guardaré como a una paloma perseguida a quien hubiese sacado sana y salva de las garras del gavilán. Lograré tranquilizar tu pobre corazón palpitante. Poco a poco lo conseguiré, Nora, créeme. Mañana lo verás todo de otra manera. Pronto tornará todo a ser como antes, y no habrá necesidad de repetirte que te he perdonado, porque, sin duda, lo advertirás por ti misma. ¿Cómo puedes pensar que se me pasara por la imaginación repudiarte ni recriminarte por nada? ¡Ah! Nora, no conoces la bondad de un verdadero hombre. ¡Le es tan dulce perdonar a su propia mujer cuando lo hace de corazón! Es como si fuese dos veces suya, como si hubiera vuelto a traerla al mundo, y ya no ve en ella sólo su mujer, sino también su hija. Eso es lo que vas a ser para mí desde hoy, criatura inexperta. No temas nada, Nora; sé franca conmigo; y yo supliré tu voluntad y tu conciencia... Pero ¿qué es eso? ¿No te acuestas? ¿Te has cambiado de ropa?

nora. (Que entra vestida de diario.)

Sí, Torvaldo, me he cambiado de ropa.

helmer.

¿Por qué? ¿A esta hora, tan tarde?

nora.

Esta noche no pienso dormir.

helmer.

Pero, querida Nora...

nora. (Mirando su reloj.)

Aún no es muy tarde. Siéntate, Torvaldo. Vamos a hablar. (Se sienta a un lado de la mesa.)

helmer.

Nora... ¿qué pasa? Esa cara tan grave...

nora.

Siéntate; va a ser largo. Tengo mucho que decirte.

helmer. (Sentándose frente a ella.)

Me inquietas, Nora. No acabo de comprenderte.

nora.

No; eso es realmente lo que pasa: no me comprendes. Y yo nunca te he comprendido tampoco... hasta esta noche. No, no me interrumpas. Vas a escuchar todo lo que yo te diga... Vamos a ajustar nuestras cuentas, Torvaldo.

helmer.

¿Qué entiendes por eso?

nora. (Después de un corto intervalo.) Estamos aquí sentados uno frente a otro. ¿No te extraña una anomalía?

helmer. ¿Qué?

nora.

Llevamos ocho años casados. ¿No te percatas de que hoy es la primera vez que tú y yo, marido y mujer, hablamos con seriedad?

helmer.

¿Qué quieres decir?

nora.

¡Ocho años... más todavía! Desde que nos conocimos no hemos tenido una sola conversación seria.

helmer.

¿Es que debía yo hacerte confidente de mis preocupaciones; que tú, a pesar de todo, no podías ayudarme a resolver?

nora.

No me refiero a preocupaciones. Estoy diciéndote que nunca hemos hablado en serio, que nunca hemos intentado llegar juntos al fondo de las cosas.

helmer.

Pero, querida Nora, ¿te habría interesado hacerlo?

nora.

De eso mismo se trata. Tú no me has comprendido jamás. Se han cometido muchos errores conmigo, Torvaldo. Primeramente, por parte de papá, y luego, por parte tuya.

helmer.

¡Cómo! ¿Por parte de nosotros dos... que te hemos querido más que nadie?

nora. (Haciendo un gesto negativo con la cabeza.)

Nunca me quisisteis. Os resultaba divertido encapricharos por mí, nada más.

helmer.

Pero, Nora, ¿qué palabras son ésas?

nora.

La pura verdad, Torvaldo. Cuando vivía con papá, él me manifestaba todas sus ideas y yo las seguía. Si tenía otras diferentes, me guardaba muy bien de decirlo, porque no le habría gustado. Me llamaba su muñequita, y jugaba conmigo ni más ni menos que yo con mis muñecas. Después vine a esta casa contigo...

helmer.

¡Qué términos empleas para hablar de nuestro matrimonio!...

nora. (Sin inmutarse.)

Quiero decir que pasé de manos de papá a las tuyas. Tú me formaste a tu gusto, y yo participaba de él... o lo fingía... no lo sé con exactitud; creo que más bien lo uno y lo otro. Cuando ahora miro hacia atrás, me parece que he vivido aquí como una pobre... al día. Vivía de hacer piruetas para divertirte, Torvaldo. Como tú querías. Tú y papá habéis cometido un gran error conmigo: sois culpables de que no haya llegado a ser nunca nada.

helmer.

¡Qué injusta y desagradecida eres, Nora! ¿No has sido feliz aquí?

nora.

No, nunca. Creí serlo; pero no lo he sido jamás.

helmer.

¿No... que no has sido feliz?...

nora.

No; sólo estaba alegre, y eso es todo. Eras tan bueno conmigo... Pero nuestro hogar no ha sido más que un cuarto de recreo. He sido muñeca grande en esta casa, como fui muñeca pequeña en casa de papá. Y a su vez los niños han sido mis muñecos. Me divertía que jugaras conmigo, como a los niños verme jugar con ellos. He aquí lo que ha sido nuestro matrimonio, Torvaldo.

helmer.

Hay algo de verdad en lo que dices... aunque muy exagerado. Pero desde hoy todo cambiará; ya han pasado los tiempos de jugar y ha llegado la hora de la educación.

nora.

¿La educación de quién? ¿La mía o la de los niños?

helmer.

La tuya y la de los niños, Nora.

nora.

¡Ay! Torvaldo, tú no eres capaz de educarme, de hacer de mí la esposa que necesitas.

helmer.

¿Y me lo dices tú?

nora.

¿Y yo... qué preparación tengo para educar a los niños?

helmer. ¡Nora!

nora.

¿No has dicho tú mismo hace un momento que es una misión que no te atreves a confiarme?...

helmer.

Estaba excitado... ¿Cómo puedes reparar en eso?

nora.

...Y tenías razón sobrada. Es una labor superior a mis fuerzas. Hay otra de la que debo ocuparme antes. Debo procurar educarme a mí misma. Tú no eres capaz de ayudarme en esta tarea. Para ello necesito estar sola. Y por esa razón voy a dejarte.

helmer. (Se levanta de un brinco.) ¿Qué dices?

nora.

Necesito estar completamente sola para orientarme sobre mí misma y sobre lo que me rodea. No puedo quedarme más contigo.

helmer.

¡Nora, Nora!

nora.

Quiero marcharme en el acto. Supongo que Cristina me dejará pasar la noche en su casa...

helmer.

¿Has perdido el juicio?... ¡No te lo permito! ¡Te lo prohíbo!...

nora.

Después de lo que ha pasado, es inútil que me prohíbas algo. Me llevo todo lo mío. De ti no quiero nada, ni ahora ni nunca.

helmer.

¿Qué locura es ésa?

nora.

Mañana salgo para mi casa... es decir, para mi tierra. Allí me será más fácil encontrar un empleo.

helmer.

¡Qué ciega estás, criatura sin experiencia!

nora.

Ya procuraré adquirir experiencia, Torvaldo.

helmer.

¡Abandonar tu hogar, tu marido, tus hijos!... ¿Y no piensas en el qué dirán?

nora.

No puedo pensar en esos detalles. Sólo sé que es indispensable para mí.

helmer.

¡Oh, es odioso! ¡Traicionar así los deberes más sagrados!

nora.

¿A qué llamas tú los deberes más sagrados?

helmer.

¿Habrá que decírtelo? ¿No son tus deberes con tu marido y tus hijos?

nora.

Tengo otros deberes no menos sagrados.

helmer.

No los tienes. ¿Qué deberes son ésos?

nora. Mis deberes conmigo misma.

helmer.

Ante todo eres esposa y madre.

nora.

Ya no creo en eso. Creo que ante todo soy un ser humano, igual que tú... o, al menos, debo intentar serlo. Sé que la mayoría de los hombres te darán la razón, y que algo así está escrito en los libros. Pero ahora no puedo conformarme con lo que dicen los hombres y con lo que está escrito en los libros. Tengo que pensar por mi cuenta en todo esto y tratar de comprenderlo.

helmer.

Pero ¿no se te alcanza cuál es tu puesto en tu propio hogar? ¿No tienes un guía infalible para estos dilemas? ¿No tienes la religión?

nora.

¡Ay, Torvaldo! No sé lo que es la religión.

helmer.

¿Cómo que no?

nora.

Sólo sé lo que me dijo el pastor Hansen cuando me preparaba para la confirmación. Dijo que la religión era esto, aquello y lo de más allá. Cuando esté sola y libre, examinaré también ese asunto. Y veré si era cierto lo que decía el pastor, o cuando menos, si era cierto para mí.

helmer.

¡Oh, es inaudito en una mujer tan joven!... Pero, si la religión no puede guiarte, déjame explorar tu conciencia. Porque supongo que tendrás algún sentido moral. ¿Os es que tampoco lo tienes? ¡Responde!..

nora.

No sé qué responder, Torvaldo. Lo ignoro. Estoy desorientada por completo en estas cuestiones. Lo único que sé es que tengo una opinión distinta del todo a la tuya. También he llegado a saber que las leyes no son como yo pensaba; pero no atino a colegir que estas leyes sean justas, ¡Cómo no va a tener una mujer derecho a evitar una molestia a su anciano padre moribundo, ni a salvar la vida de su marido! ¡No puedo creerlo!

helmer.

Hablas como una niña. No comprendes nada de la sociedad en que vivimos.

nora.

No, de fijo. Pero ahora quiero tratar de comprenderlo y averiguar a quién asiste la razón, si a la sociedad o a mí.

helmer.

Estás enferma, Nora; tienes fiebre, y casi temo que no te rija la cabeza.

nora.

Jamás me he sentido tan despejada y segura como esta noche.

helmer.

¿Y con esa lucidez y esa seguridad abandonas a tu marido y a tus hijos?

nora. Sí.

helmer.

Entonces no hay más que una explicación posible.

nora. ¿Cuál?

helmer.

Que ya no me amas.

nora.

No, en efecto.

helmer.

¡Nora!... ¿Y me lo dices así?

nora.

Lo lamento, Torvaldo, porque has sido siempre bueno conmigo... Pero no lo puedo remediar; ya no te amo.

helmer. (Haciendo esfuerzos por dominarse.) Por lo visto, también de eso estás perfectamente convencida...

nora.

Sí, perfectamente, y por eso no quiero quedarme aquí ni un instante más.

helmer.

¿Y puedes razonarme cómo he perdido tu amor?

nora.

Con toda sencillez. Ha sido esta noche, al ver que no se realizaba el milagro esperado. Entonces comprendí que no eras el hombre que yo me imaginaba.

helmer.

Precisa algo más.

nora.

He esperado durante ocho años con paciencia. De sobra sabía, Dios mío, que los milagros no se realizan tan a menudo. Por fin llegó el momento angustioso, y me dije con toda certeza: "Ahora va a venir el milagro." Cuando la carta de Krogstad estaba en el buzón, no supe ni aun figurarme que pudieras doblegarte a las exigencias de ese hombre. Estaba firmemente persuadida de que le dirías: "Vaya usted a contárselo a todo el mundo." Y cuando hubiera sucedido eso...

helmer.

¡Como!... ¿Cuándo yo hubiera entregado a mi propia esposa a la vergüenza y a la deshonra...?

nora.

...Cuando hubiera sucedido eso, tenía la absoluta seguridad de que te habrías presentado a hacerte responsable de todo, diciendo: "Yo soy el culpable."

helmer. ¡Nora!

nora.

¿Vas a añadir que yo jamás habría aceptado un sacrificio semejante? Claro que no. ¿Pero de qué habrían valido mis afirmaciones al lado de las tuyas?... Era ése el milagro que esperaba con tanta angustia. Y para evitarlo quería acabar con mi vida.

helmer.

Nora, por ti hubiese trabajado con alegría día y noche, hubiese soportado penalidades y privaciones. Pero no hay nadie que sacrifique su honor por el ser amado.

nora.

Lo han hecho millares de mujeres.

helmer.

¡Oh! Hablas y piensas como una chiquilla.

nora.

Puede ser. Pero tú no piensas ni hablas como el hombre a quien yo pueda unirme. Cuando te has repuesto del primer sobresalto, no por el peligro que me amenazaba, sino por el riesgo que corrías tú; cuando ha pasado todo, era para ti como si no hubiese ocurrido nada. Volví a ser tu alondra, tu muñequita a la que tenías que llevar con mano más suave aún, ya que había demostrado ser tan frágil y endeble... (Levantándose.) Torvaldo, en ese mismo instante me he dado cuenta de que había vivido ocho años con un extraño. Y de que había tenido tres hijos con él... ¡Oh, no puedo pensar en ello siquiera! Me dan tentaciones de despedazarme...

helmer. (Sordamente.)

Lo veo... lo veo. En realidad, se ha abierto entre nosotros un abismo... Pero ¿no esperas, Nora, que pueda colmarse?

nora.

Tal como soy ahora, no puedo ser una esposa para ti.

helmer.

Puedo transformarme yo...

nora.

Quizá... si te quitan tu muñeca.

helmer.

¡Separarme..., separarme de ti! No, no, Nora; no acierto a formularme esa idea.

nora. (Saliendo por la puerta de la derecha.)

Razón de más para que así sea. (Vuelve con el abrigo puesto y un maletín, que deja sobre una silla, cerca de la mesa.)

helmer.

¡Nora, Nora; todavía no! Aguarda a mañana.

nora. (Poniéndose el abrigo.)

No debo pasar la noche en casa de un extraño.

helmer.

Pero ¿no podemos vivir juntos como hermanos?...

nora. (Atándose el sombrero.)

Demasiado sabes que eso no duraría mucho... (Se envuelve en el chal.) Adiós, Torvaldo. No quiero ver a los niños. Sé que están en manos mejores que las mías. Dada mi situación, no puedo ser una madre para ellos.

helmer.

Pero ¿algún día, Nora... algún día...?

nora.

¿Cómo voy a saberlo? Si hasta ignoro lo que va a ser de mí...

helmer.

Pero eres mi esposa, sea de ti lo que sea.

nora.

Escucha, Torvaldo. He oído decir que, según las leyes, cuando una mujer abandona la casa de su marido, como yo lo hago, está él exento de toda obligación con ella. De cualquier modo, te eximo yo. No debes quedar ligado por nada., como tampoco quiero quedarlo yo. Ha de existir plena libertad por ambas partes. Toma, aquí tienes tu anillo. Dame el mío.

helmer.

¿También eso?

nora. Sí.

helmer.

Aquí lo tienes.

nora.

Bien. Ahora todo ha acabado. Toma las llaves. Las muchachas están al corriente de cuanto respecta a la casa... mejor que yo. Mañana, cuando me haya marchado, vendrá Cristina a recoger lo que traje de mi casa. Quiero que me lo envíen.

helmer.

¡Todo ha terminado! Nora, ¿no pensarás en mí nunca más?

nora.

Seguramente, pensaré a menudo en ti, en los niños, en la casa.

helmer.

¿Puedo escribirte, Nora?

nora.

¡No, jamás! Te lo prohíbo.

helmer.

O por lo menos, enviarte...

nora.

Nada, nada.

helmer.

...ayudarte, en caso de que lo necesites.

nora.

He dicho que no, pues no aceptaría nada de un extraño.

helmer.

Nora... ¿no seré ya más que un extraño para ti?

nora. (Recogiendo su maletín.)

¡Ah, Torvaldo! Tendría que realizarse el mayor de los milagros.

helmer. Dime cuál.

nora.

Tendríamos que transformarnos los dos hasta el extremo de... ¡Ay, Torvaldo! ¡No creo ya en los milagros!

helmer.

Pero yo sí quiero creer en ellos. Di: ¿transformarnos hasta el extremo de...?

nora.

...hasta el extremo de que nuestra unión llegara a convertirse en un verdadero matrimonio. Adiós. (Vase por la. antesala.)

helmer. (Desplomándose en una silla, cerca de la puerta, oculta el rostro entre las manos.)

¡Nora, Nora! (Mira en tomo suyo, y se levanta.) Nada. Ha desaparecido para siempre. (Con un rayo de esperanza.) ¡Él mayor de los milagros!... (Se oye abajo la puerta del portal al cerrarse.)

FIN de "casa de muñecas"

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