martes, 31 de agosto de 2010

Henrik Ibsen

CASA DE MUÑECAS

DRAMA EN TRES ACTOS

(1879)

Scan: Risardo

Corrección : Fiosue

Biblioteca_irc . MMIV


NOTA PRELIMINAR

Casa de muñecas se publicó por primera vez en Copenhague, el 4 de diciembre de 1879, apareciendo sucesivamente otras ediciones hasta llegar a la definitiva, donde no dejaría de incluirse, por supuesto. Fue traducida desde luego al inglés para Inglaterra y Norteamérica, al francés, al holandés, al italiano, al portugués, al ruso, al servio, al español, al alemán, al sueco, al finlandés y al polaco, vertiéndose después a los demás idiomas.

Comienzan sus representaciones con el estreno oficial en el Teatro Real, de Copenhague, el 21 de diciembre de 1879; en el Teatro de Crístianía, el 20 de enero de 1880; en el Teatro Noruego, de Bergen, el 30 del mismo mes, y aquel año, de febrero a mayo, la divulgaron por toda la nación compañías danesas y noruegas; las de Rasmussen y Petersen hicieron otro tanto por toda Dinamarca; el 8 de enero de 1880 la estrenó el Teatro Real, de Estocolmo; el Teatro Finlandés, de Helsingfors, el 25 de enero, y el Teatro Sueco, de la misma capital y de Aabo, dentro del año, difundiéndola más tarde por toda Suecia; el Teatro de Goteborg, el 13 de marzo. En Munich la dio a conocer el Residenztheater el 3 del citado mes, con asistencia de Ibsen, y tiempo adelante se pondría en los principales teatros de Alemania, Austria, Bohemia, Rusia, Italia, Polonia, Servia, Holanda, Inglaterra, España, Francia, Australia, Egipto y América del Norte y del Sur. Ha alcanzado millares y millares de representaciones, y la han interpretado las actrices mejores del mundo entonces, entre ellas la danesa Betty Hennings, la alemana Niemann-Raabe, la italiana Eleonora Duse, la francesa Réjane y la española Catalina Barcena.

Ha suscitado innumerables críticas de Prensa a raíz de sus estrenos, y estudios en los libros consagrados a Ibsen. En distintos países, además de Noruega, se han hecho parodias de este drama.

Varios traductores han osado añadir un cuarto acto a la obra, y en Alemania se alteró alguna vez el desenlace, por exigencias de cierta artista, con permiso del autor, como ya se ha dicho.


PERSONAJES

helmer, abogado.

nora, su esposa.

El doctor rank.

krogstad, procurador.

señora linde, amiga de Nora.

ana maría, su niñera.

elena, doncella de los Helmer.

Los Tres Niños del matrimonio Helmer.

Un Mozo de cuerda.

La acción, en Noruega, en casa de los Helmer.


ACTO PRIMERO

Sala acogedora, amueblada con gusto, pero sin lujo. En el fondo, a la derecha, una puerta conduce a la antesala, y a la izquierda, otra al despacho de Helmer. Entre ambas, un piano. En el centro del lateral izquierdo, otra puerta, y más allá, una ventana. Cerca de la ventana, mesa redonda, con un sofá y varias sillas alrededor. En el lateral derecho, junto al foro, otra puerta, y en primer término, una estufa de azulejos (1), con un par de sillones y una mecedora enfrente. Entre la estufa y la puerta lateral, una mesita. Grabados en las paredes. Repisa con figuritas de porcelana y otros menudos objetos de arte. Una pequeña librería con libros encuadernados primorosamente. Alfombra. La estufa está encendida. Día de invierno.

En la antesala suena una campanilla; momentos más tarde, se oye abrir la puerta. nora entra en la sala tarareando alegremente, vestida de calle y cargada de paquetes, que deja sobre la mesita de la derecha. Por la puerta abierta de la antesala, se ve un Mozo con un árbol de Navidad y un cesto, todo lo cual entrega a la doncella que ha abierto.

NORA.

Esconde bien el árbol, Elena. No deben verlo los niños de ninguna manera hasta esta noche, cuando esté arreglado. (Dirigiéndose al Mozo, mientras saca el portamonedas.) ¿Cuánto es?

el Mozo.

Cincuenta ore (2)..[1]

nora.

Tenga: una corona. No, no; quédese con la vuelta. (El Mozo da las gracias y se va. nora cierra la puerta. Continúa sonriendo mientras se quita el abrigo y el sombrero. Luego saca del bolsillo un cucurucho de almendras y come un par de ellas. Después se acerca cautelosamente a la puerta del despacho de su marido.) Sí, está en casa. (Se pone a tararear otra vez según se dirige a la mesita de la derecha.)

helmer. (Desde su despacho.)

¿Es mi alondra la que está gorjeando ahí fuera?

nora. (A tiempo que abre unos paquetes.) Sí, es ella.

helmer.

¿Es mi ardilla la que está enredando?

nora. ¡Sí!

helmer.

¿Hace mucho que ha llegado mi ardilla?

nora.

Ahora mismo. (Guarda el cucurucho en el bolsillo y se limpia la boca.)

Ven aquí, mira lo que he comprado.

helmer.

¡No me interrumpas por el momento! (Al poco rato abre la puerta y se asoma con la pluma en la mano.) ¿Has dicho comprado? ¿Todo eso? ¿Aún se ha atrevido el pajarito cantor a tirar el dinero?

nora.

Torvaldo, este año podemos excedernos un poco. Es la primera Navidad que no tenemos que andar con apuros.

helmer.

Sí, sí, aunque tampoco podemos derrochar, ¿sabes?

nora.

Un poquito sí que podremos, ¿verdad? Un poquitín, nada más. Ahora que vas a tener un buen sueldo, y a ganar muchísimo dinero...

helmer.

Sí, a partir de Año Nuevo. Pero habrá de pasar un trimestre antes que cobre nada.

nora.

¿Y qué importa eso? Entre tanto, podemos pedir prestado.

helmer.

¡Nora! (Se acerca a ella, y bromeando, le tira de una oreja.) ¿Reincides en tu ligereza de siempre?... Suponte que hoy pido prestadas mil coronas, que tú te las gastas durante la semana de Navidad, que la Noche Vieja me cae una teja en la cabeza, y me quedo en el sitio...

nora.

¡Qué horror! No digas esas cosas.

helmer.

Bueno; pero suponte que ocurriera. Entonces, ¿qué?

nora.

Si sucediera semejante cosa, me sería de todo punto igual tener deudas que no tenerlas.

helmer.

¿Y a los que me hubiesen prestado el dinero?

nora.

¡Quién piensa en ellos! Son personas extrañas.

helmer.

¡Nora, Nora! Eres una verdadera mujer. En serio, Nora, ya sabes lo que pienso de todo esto. Nada de deudas, nada de préstamos. En e] hogar fundado sobre préstamos y deudas se respira una atmósfera de esclavitud, un no sé qué de inquietante y fatídico que no puede presagiar sino males. Hasta hoy nos hemos sostenido con suficiente entereza. Y así seguiremos el poco tiempo que nos queda de lucha.

nora.

En fin, como gustes, Torvaldo.

helmer. (Que va tras ella.)

Bien, bien; no quiero ver a mi alondra con las alas caídas. ¿Qué, acaba por enfurruñarse mi ardilla? (Saca su billetero.) Nora, adivina lo que tengo aquí.

nora. (Volviéndose rápidamente.) ¡Dinero!

helmer.

Toma, mira. (Entregándole algunos billetes.) ¡Vaya, si sabré yo lo que hay que gastar en una casa cuando se acercan las Navidades!

nora. (Contando.)

Diez, veinte, treinta, cuarenta... ¡Muchas gracias, Torvaldo! Con esto tengo para bastante tiempo.

helmer.

Así lo espero.

nora.

Sí, sí; ya verás. Pero ven ya, porque voy a enseñarte todo lo que he comprado. Y además, baratísimo. Fíjate... aquí hay un sable y un traje nuevo, para Ivar; aquí, un caballo y una trompeta, para Bob, y aquí, una muñeca con su camita, para Emmy. Es de lo más ordinario: como en seguida lo rompe... Mira: aquí, unos cortes de vestidos y pañuelos, para las muchachas. La vieja Ana María se merecía mucho más...

helmer. Y en ese paquete, ¿qué hay?

nora. (Gritando.)

¡No, eso no, Torvaldo! ¡No lo verás hasta esta noche!

helmer.

Conforme. Pero ahora dime, manirrota: ¿has deseado algo para ti?

nora.

¿Para mí? ¡Qué importa! Yo no quiero nada.

helmer.

¡No faltaba más! Anda, dime algo que te apetezca, algo razonable.

nora.

No sé... francamente. Aunque sí...

helmer. ¿Qué?

nora. (Juguetea con los botones de la chaqueta de su marido, sin mirarle.)

Si insistes en regalarme algo, podrías... Podrías...

helmer. Vamos, dilo.

nora. (De un tirón.)

Podrías darme dinero, Torvaldo. Nada, lo que buenamente quieras, y un día de éstos compraré una cosa.

helmer.

Pero, Nora...

nora.

Sí, Torvaldo; oye, vas a hacerme ese favor. Colgaré del árbol dinero envuelto en un papel dorado, ¿te parece bien?

helmer.

¿Cómo se llama ese pájaro que siempre está despilfarrando?

nora.

Ya, ya; el estornino; lo sé. Pero vamos a hacer lo que te he dicho, ¿eh, Torvaldo? Así tendré tiempo de pensar lo que necesite antes. ¿No crees que es lo más acertado?

helmer. (Sonriendo)

Por supuesto, si verdaderamente guardaras el dinero que te doy y compraras algo para ti. Pero luego resulta que vas a gastártelo en la casa o en cualquier cosa inútil, y después tendré que desembolsar otra vez...

helmer.

¡Qué idea, Torvaldo!...

helmer.

Querida Nora: no puedes negarlo. (Rodeándole la cintura.) El estornino es encantador, pero gasta tanto... ¡Es increíble lo que cuesta a un hombre mantener un estornino!

nora.

¡Qué exageración! ¿Por qué dices eso? Si yo ahorro todo lo que puedo.

helmer. (Riendo.)

Eso sí es verdad. Todo lo que puedes; pero lo que pasa es que no puedes nada.

nora. (Canturrea y sonríe alegremente.)

¡Si tú supieras lo que tenemos que gastar las alondras y las ardillas, Torvaldo!

helmer.

Eres una criatura original. Idéntica a tu padre. Haces verdaderos milagros por conseguir dinero, y en cuanto lo obtienes, desaparece de tus manos, sin saber nunca adonde ha ido a parar. En fin, habrá que tomarte tal como eres. Lo llevas en la sangre. Sí, sí, Nora; no cabe la menor duda de que esas cosas son hereditarias.

nora.

¡Bien me hubiera gustado heredar ciertas cualidades de papá!

helmer.

Pero si yo te quiero conforme eres, mi querida alondra. Aunque... Oye, ahora que me fijo..., noto que tienes una cara..., vamos..., una cara de azoramiento hoy...

nora. ¿Yo?

helmer.

Ya lo creo. ¡Mírame al fondo de los ojos!

nora. (Mirándole.) ¿Qué?

helmer. (La amenaza con el dedo.)

¿Qué diablura habrá cometido esta golosa en la ciudad?

nora.

¡Bah, qué ocurrencia!

helmer.

¿No habrá hecho una escapadita a la confitería?

nora.

No; te lo aseguro, Torvaldo.

helmer.

¿No habrá chupeteado algún caramelo?

nora.

No, no; ni por asomo.

helmer.

¿Ni siquiera habrá roído un par de almendras?

nora.

Que no, Torvaldo, que no; puedes creerme.

helmer.

Pero, mujer, si te lo digo en broma.

nora. (Aproximándose a la mesa de la derecha.)

Comprenderás que no iba a arriesgarme a hacer nada que te disgustara.

helmer.

No, ya lo sé. Además, ¿no me lo has prometido?... (Acercándose a ella.) Puedes guardarte tus secretos de Navidad. Esta noche, cuando se encienda el árbol, supongo que nos enteraremos de todo.

nora.

¿Te has acordado de invitar al doctor Rank?

helmer.

No, ni es necesario. De sobra sabe que cenará con nosotros; está descontado. De todos modos, le invitaré ahora por la mañana cuando venga. He encargado buen vino. Nora, no puedes formarte idea de la ilusión que tengo por esta noche.

nora.

Yo también. ¡Cómo se van a divertir los niños, Torvaldo!

helmer.

¡Ah, qué alegría pensar que estamos en una posición sólida con un buen sueldo...! ¿No es ya una dicha el mero hecho de pensar en ello?

nora.

¡Oh, sí! ¡Parece un sueño!

helmer.

¿Te acuerdas de la última Navidad? Durante tres semanas te encerrabas todas las noches hasta después de las doce, haciendo flores y otros mil prodigios para el árbol. ¡Uf! fue la temporada más aburrida que he pasado.

nora.

¡Entonces sí que no me aburría yo!

helmer. (Sonriente.)

Pero el resultado fue bastante lamentable, Nora.

nora.

¡Oh! no dejas de hacerme burla con lo mismo. ¿Qué culpa tengo yo de que el gato entrase y destrozara todo?

helmer.

No, claro que no, querida Nora. Ponías el mayor empeño en alegrarnos a todos, que es lo principal. Pero, en suma, más vale que hayan pasado los malos tiempos.

nora.

Es verdad; casi me parece una pesadilla.

helmer.

Ahora ya no hace falta que me quede aquí solo y aburrido, y tú no tendrás que atormentar más tus queridos ojos y tus lindas manilas.

nora. (Palmoteo.)

¿Verdad que no, Torvaldo? Ya no hace falta. ¡Qué alegría me da oírtelo!

(Cogiéndole del brazo.) Te voy a decir cómo he pensado que vamos a arreglarnos en cuanto pasen las Navidades... (Suena la campanilla en la antesala.) ¡Ah! llaman. (Ordena un poco los muebles.) Ya viene alguien. ¡Qué contrariedad!

helmer.

Acuérdate de que no estoy para las visitas.

elena. (Desde la puerta de la antesala.) Señora, es una señora desconocida...

nora. Que pase.

elena. (A helmer.)

También acaba de llegar el señor doctor.

helmer.

¿Ha pasado directamente al despacho?

elena. Sí, señor.

(helmer entra en su despacho. La doncella introduce a la señora linde, en traje de viaje, y cierra la puerta tras ella.)

señora linde. Buenos días, Nora.

nora. (Indecisa.) Buenos días.

señora linde. Por lo visto, no me reconoces.

nora.

No..., no sé... ¡Ah!, sí, me parece... (De pronto, exclama:) ¡Cristina! ¿Eres tú?

señora linde. Sí, yo soy.

nora.

¡Cristina! ¡Y yo que no te he reconocido! Pero ¡quién diría que...! (Más bajo.) ¡Cómo has cambiado!

señora linde. Sí, seguramente. Hace nueve años largos...

nora.

¿Es posible que haga tanto tiempo que no nos vemos? Sí, en efecto. ¡Ah! no puedes figurarte qué felices han sido estos ocho años últimos. ¿Conque ya estás aquí, en la ciudad? ¿Como has emprendido un viaje tan largo en pleno invierno? Has sido muy valiente.

señora linde.

Ya ves; acabo de llegar esta mañana en el vapor.

nora.

Para festejar las Navidades, naturalmente. ¡Qué bien! ¡Cuánto vamos a divertirnos! Pero quítate el abrigo. ¡Ajajá! Ahora nos sentaremos aquí, con comodidad, al lado de la estufa. No; mejor es que te sientes en el sillón. Yo me siento en la mecedora. (Cogiéndole las manos.) ¿Ves? Ya tienes tu cara de antes; era sólo en el primer momento... De todos modos, estás algo más pálida, Cristina... y quizá un poco más delgada.

señora linde. Y muchísimo más vieja, Nora.

nora.

Acaso un poco más madura..., un poquito, no mucho. (Se para, repentinamente seria.) ¡Qué distraída soy! ¡Sentada aquí, cotorreando! Mi buena Cristina, ¿puedes perdonarme?

señora linde.

¿Qué quieres decir, Nora?

nora. (Bajando la voz.)

¡Pobre Cristina! Te has quedado viuda, ¿no?

señora linde.

Sí, hace ya tres años.

nora.

Lo sabía; lo leí en los periódicos. ¡Ay, Cristina! tienes que creerme: pensé muchas veces escribirte; pero lo fui dejando de un día para otro, y por añadidura, siempre había algo que lo impedía.

señora linde. Lo comprendo perfectamente.

nora.

Sí, Cristina, me he portado muy mal. ¡Pobrecita! ¡Cuánto habrás sufrido!... ¿No te ha dejado nada para vivir?

señora linde. No.

nora.

¿Y no tienes hijos?

señora linde. No.

nora.

Así, pues, ¿nada?

señora linde.

Ni siquiera una pena..., ni una nostalgia.

nora. (Mirándola, incrédula.) Pero Cristina, ¿cómo es posible?

señora linde. (Sonríe tristemente mientras le acaricia el cabello.) Son cosas que ocurren a veces, Nora.

nora.

¡Tan sola! Debe de ser horriblemente triste para ti. Yo tengo tres niños encantadores. Por el momento no puedes verlos; han salido con la niñera. Vamos, cuéntamelo todo.

señora linde.

No, no; primero, tú.

nora.

No; te toca empezar a ti. Hoy no quiero ser egoísta; sólo quiero pensar en tus asuntos. Únicamente voy a decirte una cosa. ¿Te has enterado de la fortuna que nos ha sobrevenido estos días?

señora linde. No. ¿Qué es?

nora.

¡Imagínate! ¡A mi marido le han nombrado director del Banco de Acciones!

señora linde.

¿A tu marido? ¡Qué suerte!

nora.

¡Sí, grandísima! ¡Es tan insegura la posición de un abogado!... Sobre todo cuando no quiere ocuparse más que de asuntos lícitos... Y como es lógico, así ha hecho Torvaldo, en lo cual me hallo de completo acuerdo. No puedes figurarte lo contentos que estamos. Para Año Nuevo tomará posesión, y percibirá un buen sueldo, con muchos beneficios. Por fin podremos cambiar del todo esta manera de vivir... enteramente a nuestro gusto. ¡Oh, Cristina, cuan feliz me siento! Es algo maravilloso eso de poseer mucho dinero y verse libre de preocupaciones, ¿verdad?

señora linde.

Sí; al menos, debe de ser una tranquilidad poseer lo necesario.

nora.

No, no sólo lo necesario, sino dinero en abundancia.

señora linde. (Sonríe.)

¡Nora, Nora! ¿Todavía no tienes sentido común? En el colegio eras una malgastadora.

nora. (Sonríe a su vez.)

Sí, eso dice aún Torvaldo. (Amenazando con el dedo.) Pero "Nora, Nora" no es tan loca como suponéis. Además, no hemos tenido mucho que derrochar, realmente. Los dos nos hemos visto obligados a .trabajar.

señora linde. ¿También tú'?

nora.

Sí; nada, pequeñeces: bordar, hacer ganchillo... (Sin darle importancia.) ¡Qué sé yo!... No ignorarás que Torvaldo salió del ministerio cuando nos casamos. Tenía pocas esperanzas de ascenso, y como había de ganar más que antes... Pero el primer año se abrumó de trabajo. Debía buscarse toda clase de quehaceres, según comprenderás, y trabajaba día y noche. Pero no pudo resistirlo y cayó gravemente enfermo. Los médicos declararon indispensable que se marchara al Mediodía.

señora linde.

Es cierto. Estuvisteis un año en Italia...

nora.

Sí, y no creas que fue nada fácil marcharnos. Justamente acababa de nacer Ivar... Pero había que partir. Fue un viaje encantador, y gracias a él, Torvaldo salvó la vida. Eso sí, costó dinero en grande.

señora linde. Ya lo presumo.

nora.

Unas cuatro mil ochocientas coronas. Bastante, ¿eh?

señora linde.

Sí; pero, en casos como ése, es toda una chiripa poseerlo.

nora.

Porque nos lo dio papá.

señora linde.

¡Ah!, sí. Fue poco antes de morir, si mal no recuerdo.

nora.

Sí, Cristina, exactamente. ¡Y pensar que se me hizo imposible ir a cuidarle! Estaba esperando de un día a otro que naciera Ivar, y también debía preocuparme de mi pobre Torvaldo moribundo. ¡Padre querido! No volví a verle, Cristina. Es lo más penoso que hube de pasar desde que me casé.

señora linde.

Ya sé que le tenías mucho cariño. ¿De modo que os marchasteis a Italia?

nora.

Sí; contábamos con el dinero, y los médicos nos apremiaban. Nos marchamos un mes después.

señora linde.

¿Y volvió tu marido radicalmente curado?

nora.

Radicalmente.

señora linde. Luego ¿ese médico...?

nora.

¿Cómo dices?

señora linde.

Me ha parecido oír a la doncella que ese señor que entraba conmigo era un doctor...

nora.

¡Ah, sí! Es el doctor Rank; pero no viene como médico. Es nuestro mejor amigo, y nos hace, cuando menos, una visita al día. No., Torvaldo no se ha sentido enfermo desde entonces. Los niños también están muy sanos, igual que yo. (Se levanta de repente, palmeteando.) ¡Dios mío! ¡Cristina, es una delicia vivir y ser feliz!... Pero ¡qué torpeza!... No hago más que hablar de mis cosas. (Se sienta en un taburete junto a cristina, acodándose en sus propias rodillas.) ¡No te enfades conmigo!... Dime, ¿es verdad que no querías a tu esposo? Pues ¿por qué te casaste con él?

señora linde.

En aquel tiempo aún vivía mi madre; pero estaba enferma e inválida. Para colmo, debía yo sostener a mis dos hermanitos. Por tanto, no juzgué oportuno rechazar la oferta.

nora.

Puede que tuvieses razón. ¿Luego era rico?

señora linde.

Sí, creo que gozaba de buena posición. Pero sus negocios eran inseguros, ¿sabes? Cuando murió, se vino todo abajo y no quedó nada.

nora.

¿Y qué hiciste?

señora linde.

Hube de ingeniarme con una tiendecita, con un modesto colegio y con lo que pude encontrar. Los tres últimos años han sido para mí como un largo día de trabajo sin tregua. Pero se acabó todo, Nora. Mi pobre madre no me necesita ya, y los chicos, tampoco; tienen sus empleos y pueden mantenerse por sí mismos muy bien.

nora.

¡Qué alivio debes de sentir!

señora linde.

No, Nora; lo que siento es un vacío inmenso. ¡No tener nadie a quien consagrarse!... (Se levanta, intranquila.) Por eso no podía aguantar al cabo en aquel rincón. Aquí debe de ser más fácil encontrar en qué ocuparse y distraer los pensamientos. Si me cupiera la fortuna de conseguir un empleo; en una oficina, por ejemplo...

nora.

Pero, Cristina, ¡es tan fatigoso., y. tú pareces ya tan cansada! Sería mejor para ti que fueses a un balneario.

señora linde. (Acercándose a la ventana.) Yo no tengo ningún padre que me pague los gastos, Nora.

nora. (Se levanta.)

¡Mujer, no lo tomes a mal!

señora linde. (Vuelve hacia ella.)

No, Nora, todo lo contrario. Eres tú la que no debe enfadarse conmigo. Lo peor de una situación como la mía es que se torna una tan "agria... No se tiene a nadie por quien trabajar, y sin embargo, se ve una obligada a valerse de todos. Hay que vivir, y eso nos hace egoístas... No querrás creerme, pero cuando me has contado vuestro cambio de posición, me alegraba más por mí que por ti.

nora.

¡Cómo!... ¡Ah!, sí... comprendo; querrás decir que quizá Torvaldo pueda hacer algo por ti.

señora linde.

Sí, eso he pensado.

nora.

Y lo hará. Déjalo en mis manos. ¡Ya verás qué bien voy a prepararlo! Buscaré algo agradable para predisponerle. ¡Tengo tantas ganas de serte útil!

señora linde.

Eres muy buena al tomarte ese interés por mí, Nora. Doblemente buena, pues desconoces los sinsabores y las amarguras de la vida.

nora.

¿Yo?... ¿Que no conozco...?

señora linde. (Sonriendo.)

Sí, mujer... Bordar un poco y labores por el estilo... Eres una niña, Nora.

nora. (Con un gesto de orgullo lastimado.)

No debías decirlo en ese tono de superioridad.

señora linde. ¿Por qué?

nora.

Eres lo mismo que los demás. Todos estáis convencidos de que no valgo para nada serio...

señora linde. ¡Vamos, mujer!

nora.

...de que no he pasado por dificultades en este mundo.

señora linde.

Querida Nora, acabas de contarme todos tus contratiempos...

nora.

¡Bah!..., eso son pequeñeces. (Baja la voz.) No te he contado lo principal.

señora linde.

¿Lo principal?... ¿Qué quieres decir?

nora.

Me crees demasiado insignificante, Cristina, y no debieras hacerlo. Te sientes orgullosa de haber trabajado tanto por tu madre.

señora linde.

Yo no creo insignificante a nadie. Pero, eso sí, lo confieso..., me siento orgullosa y satisfecha de haber conseguido que fuesen tranquilos, hasta cierto punto, los últimos días de mi madre.

nora.

Y también te sientes orgullosa pensando en lo que has hecho por tus hermanos.

señora linde. Creo que estoy en mi derecho.

nora.

Lo mismo creo yo. Pues ahora, Cristina, voy a decirte algo. Yo también tengo de qué sentirme orgullosa y satisfecha.

señora linde. No lo dudo. Pero ¿de qué se trata?

nora.

Habla más bajo, no te vaya a oír Torvaldo. Por nada del mundo conviene que él... No debe saberlo nadie más que tú.

señora linde.

Pero, criatura, ¿qué es ello?

nora.

Acércate aquí. (Le hace sentarse a su lado, en el sofá.) Pues verás... También tengo de qué estar orgullosa y satisfecha. Fui yo quien salvé la vida a Torvaldo.

señora linde.

¿Tú?... ¿Que tú le salvaste...?

nora.

Ya te he contado lo del viaje a Italia. Torvaldo no viviría si no hubiera ido allá...

señora linde.

Sí, porque tu padre te dio el dinero necesario...

nora. (Sonriendo.)

Sí, eso es lo que creen Torvaldo y todo el mundo; pero...

señora linde. Pero... ¿qué?

nora.

Papá no nos dio nada. Fui yo la que busqué el dinero.

señora linde.

¿Tú? ¿Una suma tan grande?

nora.

Cuatro mil ochocientas coronas. ¿Qué te parece?

señora linde.

¿Y cómo te las arreglaste? ¿Te tocó la lotería?

nora. (Desdeñosamente.)

¡La lotería! (Hace un gesto despectivo.) De ser así, ¿qué mérito habría tenido?

señora linde. En ese caso, ¿de dónde las sacaste?

nora. (Canturrea y sonríe enigmáticamente.) ¡Ah!... ¡Trala... lalá!

señora linde.

No1 creo que lo consiguieras prestado.

nora.

¡Ah! ¿No?... ¿Y por qué no?

señora linde.

Porque una mujer casada no puede pedir prestado sin el consentimiento de su marido.

nora. (Con un ademán de orgullo.)

¡Ah! ¿Y cuando se es una mujer casada que tiene algún sentido de los negocios..., una mujer que sabe administrarse con un poco de inteligencia?...

señora linde.

Nora, no me explico lo que quieres decir...

nora.

Ni es menester. Nadie afirma que haya pedido el dinero prestado. Lo he podido adquirir de otra manera. (Dejándose caer en el sofá.) He podido recibirlo de algún admirador. Teniendo un aspecto tan atractivo como el mío...

señora linde. ¡Eres una loca!

nora.

Ya no puedes negar que sientes una curiosidad enorme, Cristina.

señora linde.

Óyeme, Nora: ¿no habrás obrado irreflexivamente?

nora. (Irguiéndose.)

¿Es irreflexivo salvar una la vida de su marido?

señora linde.

Lo que estimo irreflexivo es hacerlo sin que lo supiera él...

nora.

Pero si lo que importaba era que no supiese nada. ¡Vamos!, ¿no comprendes?... No debía enterarse de la gravedad de su estado. Fue a mí a quien vinieron los médicos diciéndome que peligraba su vida, y que solamente una estancia en el Mediodía podría salvarle. ¡No creas que al principio no intenté hablarle con diplomacia! Le hice ver lo delicioso que sería para mí viajar por el extranjero, ni más ni menos que tantas otras mujeres; con súplicas y lloros, le dije que debía tener en cuenta las circunstancias en que me encontraba, que había de ser comprensivo y ceder... Entonces fue cuando insinué que podía pedir un préstamo. Pero al oírme casi se enfadó, Cristina. Me replicó que era una insensata, y que su deber de esposo le dictaba no someterse a mis caprichos, como él los llamaba. "Bueno, bueno—pensé—; de todos modos, hay que salvarte." Y a la postre busqué otra salida...

señora linde.

¿Y por tu padre no se enteró tu marido de que el dinero no procedía de él?

nora.

No, nunca. Papá murió por aquellas mismas fechas. Yo había pensado hacerle cómplice en el asunto y rogarle que no revelara nada. Pero ¡estaba tan enfermo!... Por desgracia, no hubo necesidad.

señora linde.

¿Y después?... ¿Nunca te has confiado a tu marido?

nora.

¡No lo quiera Dios! ¿Cómo se te ocurre tal idea? ¡A él, tan severo para estas cosas! Por lo demás, a Torvaldo, con su amor propio de hombre, se le haría muy penoso y humillante saber que me debía algo. Se habrían echado a perder todas nuestras relaciones, y la felicidad de nuestro hogar terminaría para siempre.

señora linde.

¿No piensas decírselo jamás?

nora. (Pensativa, inicia una sonrisa.)

Sí, acaso alguna vez..., después de muchos años, cuando no sea yo tan bonita como ahora. ¡No te rías! Quiero decir que cuando ya no guste tanto a Torvaldo, cuando ya no se divierta viéndome bailar y disfrazarme y declamar... Entonces sería bueno tener un cable al que asirme... (Interrumpiéndose.) ¡Bah, qué tonterías! Ese día no llegará nunca. Vamos a ver, Cristina, ¿qué opinas de mi gran secreto? ¿No entiendes que yo también sirvo para algo?... Puedes creer que el asunto me ha ocasionado serias preocupaciones. No ha sido nada fácil para mí cumplir mi compromiso a tiempo. Porque te advierto que en este mundo de los negocios hay lo que se llaman vencimientos y lo que se llama amortización. ¡Y todo eso es tan difícil de solucionar! De manera que he tenido que ahorrar un poco de aquí y otro poco de allí..., de donde he podido, ¿sabes? Del dinero de la casa no podía economizar mucho, porque Torvaldo tenía que comer bien. Tampoco podía dejar que los niños fuesen mal vestidos, porque todo lo que me daba para ellos me parecía intangible, como cosa suya. ¡Angelitos míos!

señora linde.

¡Pobre Nora! Por ende, tus necesidades personales han debido de pagar las consecuencias.

nora.

Efectivamente. Era algo que me correspondía. Cada vez que Torvaldo me daba dinero para mi adorno, sólo gastaba la mitad. Siempre compraba de lo más barato y corriente. Era una ventaja que todo me sentara a maravilla; de modo que Torvaldo no ha notado nada. Pero muchas veces se me hacía demasiado cuesta arriba, Cristina. ¡Es tan agradable ir bien vestida! ¿Verdad?

señora linde. ¡Y tanto!

nora.

Asimismo he tenido otras fuentes de ingresos. El invierno pasado pude encontrar un trabajo de copias. Me encerraba y escribía todas las noches hasta muy tarde. ¡Oh!, con frecuencia me sentía muy cansada. A pesar de todo, era un placer trabajar y ganar dinero. Parecía casi como si fuese un hombre.

señora linde.

¿Y cuánto has podido devolver así?

nora.

No sabría decírtelo al detalle. Es muy difícil llevar cuentas en esta clase de negocios. Sólo sé que he pagado cuanto me ha sido posible reunir. Muchas veces no se me ocurría ya qué hacer. (Sonríe.) Entonces me quedaba aquí sentada, ideando que un señor viejo y rico se había enamorado de mí...

señora linde.

¡Cómo!... ¿Quién?

nora.

...que se había muerto, y que, al abrir su testamento, se leía en letras muy grandes: "Todo mi dinero será pagado al contado inmediatamente a la encantadora señora Nora Helmer."

señora linde.

Pero, Nora, ¿qué dices?... ¿De quién estás hablando?

nora.

¿No te das cuenta?... No existe tal señor; es una cosa que me imaginaba siempre cuando no sabía qué hacer para encontrar dinero. Pero ¡qué más da! Por mí, ese dichoso señor viejo puede estar donde le plazca.: no me importan nada él ni su testamento; ya se acabaron las preocupaciones. (Irguiéndose de repente.) ¡Dios mío! ¡Qué gusto poder pensarlo, Cristina! ¡Sin preocupaciones! ¡Poder sentirse tranquila, absolutamente tranquila; jugar y alborotar con los niños; tener la casa preciosa, todo como le gusta a Torvaldo! ¡Y calcular que ya se acerca la primavera con su cielo azul! Para entonces quizá podamos viajar un poco, volver a ver el mar. ¡De veras es magnífico vivir y ser feliz!

(Se oye la campanilla en la antesala.)

señora linde. (Levantándose.) Llaman; será mejor que me vaya.

nora.

No, quédate. No aguardo a nadie; de fijo, es para Torvaldo...

elena. (Desde la. puerta.)

Perdón, señora; hay un caballero que desea hablar con el señor abogado...

nora.

Con el señor director, querrás decir...

elena.

Sí, señora, con el señor director. Pero como el señor doctor está ahí dentro... no sabía si...

nora.

¿Quién es ese caballero?

krogstad. (En la antesala.) Soy yo, señora.

(La señora linde, turbada, se vuelve, estremeciéndose, hacia la ventana.)

nora. (Avanza un paso hacia él, intrigada y dice a media voz:) ¿Usted? ¿Qué hay? ¿Qué quiere hablar con mi marido?

krogstad.

Nada; asuntos bancarios... Tengo un modesto empleo en el Banco, y he oído decir que su esposo ha sido nombrado director...

nora.

Pero ¿es que...?

krogstad.

Negocios a secas, señora, y nada más.

nora.

Pues haga el favor de entrar por la puerta del despacho. (Saluda con indiferencia y cierra la puerta de la antesala; luego se acerca a ver el fuego de la estufa.)

señora linde. Nora... ¿quién es ese hombre?

nora. Es un tal Krogstad..., procurador.

señora linde. ¡Ah!, ¿es él?

nora.

¿Le conoces?

señora linde.

Le conocí... hace años. Fue pasante de procurador de nuestro distrito.

nora.

¡Ah, sí! Ya recuerdo.

señora linde.

¡Qué cambiado está!

nora.

Creo que ha sido desdichado en su matrimonio.

señora linde. Y ahora es viudo, ¿no?

nora.

Sí, con una caterva de hijos. ¡Ya se anima el fuego! (Cierra la portezuela de la estufa y retira un poco la mecedora.)

señora linde.

Dicen que se dedica a toda clase de negocios.

nora.

¡Ah! ¿Sí?... Puede ser; no sé... Pero no pensemos en negocios; es una cosa tan aburrida...

(El doctor rank sale- del despacho de helmer.)

doctor rank. (Todavía desde la puerta del despacho.)

No, no; no quiero estorbar. Prefiero charlar un rato con tu mujer. (Cierra la puerta y repara en la. señora linde.) ¡Ah! perdón. Por las trazas, también estorbo aquí.

nora.

No, no, de ninguna manera. (Presentando.) El doctor Rank. La señora Linde.

doctor rank.

¡Ah! sí. Es un nombre que se oye mucho en esta casa. Creo que he pasado delante de usted al subir la escalera.

señora linde.

Sí; yo subo muy despacio, porque me canso.

doctor rank.

Algo de debilidad, al parecer.

señora linde. Sólo fatiga.

doctor rank.

¿Nada más? Y, probablemente, viene usted a descansar acá yendo de festejo en festejo...

señora linde.

He venido a buscar trabajo.

doctor rank.

¿Será ése un remedio eficaz contra el exceso de fatiga?

señora linde.

¡Una tiene que vivir, doctor!

doctor rank.

Sí, eso opina todo el mundo: que es necesario vivir.

nora.

¡Vamos, vamos, doctor! También tendrá usted ganas de vivir.

doctor rank,

¡Ya lo creo! A pesar de lo mal que estoy, prefiero seguir sufriendo durante el mayor tiempo posible. Todos mis pacientes piensan otro tanto. Y lo mismo pasa con los que padecen achaques morales. En este momento acabo de dejar a uno de esos enfermos morales en el despacho de Helmer...

señora linde. (Con voz apagada.) ¡Ah!

nora.

¿A quién se refiere usted?

doctor rank.

¡Oh!, es un tal Krogstad, procurador; usted no le conoce. Tiene el carácter podrido hasta las raíces... Pues a su vez ha osado decir que hay que vivir, como si supusiera una cosa de máxima importancia.

nora.

¿Sí? Entonces, ¿de qué quería hablar con Torvaldo?

doctor rank.

No lo sé a ciencia cierta. Sólo he oído que se trataba del Banco.

nora.

Yo ignoraba que Krogs... que el procurador tuviera que ver con el Banco.

doctor rank.

Sí; le han dado una especie de empleo. (A la señora linde.) No estoy al tanto de si por allá, entre ustedes, hay esa clase de hombres que se debaten afanosos por descubrir podredumbres morales, y en cuanto tropiezan con un individuo enfermo, le adjudican una buena plaza para tenerle en observación. Mientras, que se queden fuera los sanos.

señora linde.

No obstante, los enfermos son, en realidad, los más necesitados.

doctor rank. (Encogiéndose de hombros.)

Es ese punto de vista el que convierte la sociedad en un hospital.

nora. (Como abstraída en sus pensamientos y palmeteando.) ¡Ja, ja, ja!

doctor rank.

¿De qué se ríe usted? ¿Sabe acaso qué es la sociedad?

nora.

¡Qué me importa la dichosa sociedad!... Me reía de algo muy distinto... algo verdaderamente gracioso... Dígame, doctor... Todos los que están empleados en el Banco dependerán desde ahora de Torvaldo, ¿no es así?

doctor rank.

¿Y eso la divierte a usted tanto?

nora. (Sonríe y canturrea.)

No me haga caso. (Paseándose.) Sí que es verdaderamente gracioso pensar que nosotros... que Torvaldo haya ganado tanto autoridad sobre tanta gente... (Saca del bolsillo un cucurucho de almendras.) ¿Una almendrita, doctor?

doctor rank.

¡Cómo! ¿Almendritas? Tenía entendido que eso era mercancía prohibida aquí.

nora.

Sí; pero éstas me las ha dado Cristina.

señora linde. ¿Qué? ¿Yo?...

nora.

¡Vaya, vaya, no te asustes! ¿Qué sabías tú de si Torvaldo me había prohibido comer almendras? Es porque le da miedo que se me estropeen los dientes, ¿comprendes? Pero por una vez, no hay cuidado. ¿Verdad, doctor? Tenga. (Le mete una almendra en la boca.) Y tú, otra, Cristina. Yo también tomaré una, sólo una pequeñita... lo más, dos. (Paseándose.) Ahora sí que me siento feliz. AJ presente hay una sola cosa que tengo unas ganas vivísimas de hacer.

doctor rank.

¡Ah! ¿Sí? ¿Y qué es?

nora.

Es algo que siento unos deseos irresistibles de decir delante de Torvaldo.

doctor rank.

¿Y por qué no lo dice?

nora.

No me atrevo... Es una cosa muy fea.

señora linde. ¿Fea?

doctor rank.

En ese caso, no le aconsejo que lo diga. Aunque, a nosotros, bien podía... ¿Qué es lo que tiene usted tantas ganas de decir delante de Helmer?

nora.

Tengo unas ganas enormes de gritar: ¡Demonios coronados!

doctor rank.

Pero ¿está usted loca?

señora linde. ¡Por Dios, Nora!

doctor rank. Ya puede usted decirlo. Aquí viene.

nora. (Que esconde el cucurucho.)

¡Chis! (helmer sale del despacho con el sombrero en la mano y el abrigo colgando del brazo. nora va hacia él.) ¿Qué, por fin has podido quitártele de encima?

helmer.

Sí; acaba de irse.

nora.

Te voy a presentar; es Cristina, que ha llegado de fuera.

helmer.

¿Cristina?... Perdón; pero no sé...

nora.

La señora Linde, Torvaldo; Cristina Linde...

helmer.

¡Ah, sí! una amiga de la infancia, supongo.

señora linde.

Sí; nos conocimos en otro tiempo.

nora.

Y fíjate: ha hecho este viaje para poder hablar contigo.

helmer. ¿Qué oigo?

señora linde. Vamos... es decir...

nora.

¿Sabes? Cristina entiende bastante de trabajos de oficina, y ahora tiene mucho interés en ponerse a las órdenes de un hombre competente, para adquirir más conocimientos...

helmer.

Lo estimo muy acertado, señora.

nora.

Cuando se enteró de que te habían nombrado director del Banco...—llegó un telegrama, ¿comprendes?—, se apresuró a venir aquí. ¿Verdad, Torvaldo, que harás algo por Cristina para complacerme, eh?

helmer.

No parece del todo imposible. ¿Es usted viuda quizá?...

señora linde. Sí.

helmer.

¿Y conoce usted estos trabajos de oficina?

señora linde. Bastante.

helmer.

¡Ah! entonces es muy probable que pueda encontrarle una colocación...

nora. (Batiendo palmas.) ¿Lo ves, lo ves?...

helmer.

Llega usted en un momento oportuno, señora.

señora linde.

¡Oh! ¿Cómo podría agradecérselo?...

helmer.

No se preocupe por eso. (Poniéndose el gabán.) Pero hoy tendrá usted que disculparme...

doctor rank.

Aguarda; voy contigo. (Busca su abrigo de pieles y lo calienta ante la estufa.)

nora.

No tardes mucho, Torvaldo.

helmer.

Una hora, nada más.

nora.

¿Te vas tú también, Cristina?

señora linde. (Mientras se pone el abrigo.)

Sí; ahora tengo que buscar habitación.

helmer.

Pues bajaremos a la calle juntos.

nora. (Ayudándola.)

¡Qué lástima que vivamos tan estrechos! Pero nos es completamente imposible...

señora linde.

¿En qué estás pensando, mujer? Adiós, Nora, y gracias por todo.

nora.

Adiós, o hasta luego. Porque vendrás esta noche, por de contado. Y usted también, doctor. ¡Cómo! ¿Si se siente usted con bríos?... ¡No faltaba más! Abríguese. (Pasan, charlando, a la antesala. Se oyen voces de niños fuera, en la escalera.) ¡Ya están aquí, ya están aquí! (Corre a abrir. La niñera ana maría viene con los niños.) ¡Entrad, entrad! (Se agacha para besarlos.) ¡Angelitos míos!... ¿Ves, Cristina? ¿Verdad que son preciosos?

doctor rank.

Nos os quedéis ahí hablando., que hay corriente.

helmer.

Venga, señora Linde. Permanecer aquí ahora es algo que sólo puede resistirlo una madre.

(El doctor rank, helmer y la señora linde bajan la escalera. ana maría entra con los niños en el salón, seguida de nora, que cierra la puerta.)

nora.

¡Tenéis un aspecto estupendo! ¡Vaya unos colores que traéis! Parecéis manzanas y rosas. (Los niños le hablan todos a la vez hasta el final del parlamento.) ¿Os habéis divertido mucho? Así me gusta. ¡Ah! ¿Sí?... ¿Conque has llevado a Emmy y a Bob en el trineo?... ¡Qué enormidad! ¿A los dos juntos? ¡Sí que eres valiente, Ivar!... ¡Oh! déjame tenerla un poquito, Ana María. ¡Muñequita mía! (Toma a la pequeña en brazos y baila con ella.) Sí, sí, Bob; mamá bailará contigo también. ¡Cómo! ¿Os habéis tirado bolas de nieve? ¡Qué pena no haber estado con vosotros! No, deja, Ana María; yo misma les quitaré los abrigos. Sí, mujer, me encanta hacerlo. Entre tanto, pasa ahí; tienes cara de frío. Hay café caliente esperándote. (ANA maría pasa a la habitación de la izquierda. nora quita los abrigos a los niños, desperdigándolos por la escena. Los niños siguen hablando todos a la vez.) ¿Sí?... ¿Decís que os ha seguido un perro grande, corriendo detrás de vosotros? Pero no os mordería, ¿en?... No; los perros no muerden a los muñequitos encantadores como vosotros, ¡Ivar, no toques los paquetes! ¡Si tú supieras lo que hay dentro!... Una cosa horrenda... ¡Anda, vamos a jugar! Al escondite... ¿queréis?... Bob se esconderá el primero... ¿O preferís que me esconda yo?...

(Se ponen a jugar todos, riendo y alborotando, en el salón y en la biblioteca de la derecha. Por fin, nora se esconde debajo de la mesa. Los niños irrumpen precipitadamente, sin encontrarla; pero, al oír su risita contenida, se lanzan todos hacia la mesa, levantando el tapete, y la descubren. Ruidosa alegría. nora sale a gatas como para asustarlos. Mientras, ha llamado alguien a la puerta, sin que nadie lo note. Se abre la puerta un poco, y aparece krogs-tad. Se detiene un momento en tanto que el juego continúa.)

krogstad.

Usted perdone, señora...

nora. (Emite un grito ahogado, levantándose a medias.) ¡Ah! ¿Qué desea usted?...

krogstad.

Dispénseme. Como la puerta estaba abierta... Se habrán olvidado de cerrarla.

nora. (Levantándose.)

No está en casa mi marido, señor Krogstad.

krogstad. Ya lo sé.

nora.

¿A qué viene usted aquí, pues?

krogstad.

A hablar dos palabras con usted.

nora.

¿Conmigo?... (A los niños, en voz baja.) Marchaos con Ana María. ¿Cómo? No, no, el hombre no va hacer nada malo a mamá. En cuanto se haya ido, volveremos a jugar. (Conduce a los niños a la habitación de la izquierda y cierra la puerta tras ellos. Con inquietud, intrigada.) ¿Quería usted hablarme?...

krogstad.

Sí, eso quiero.

nora.

¿Hoy?... Pero si aún no estamos a primeros de mes...

krogstad.

No, hoy es Nochebuena; y de usted depende cómo va a pasar estas Navidades...

nora.

Habrá de hacerse cargo. Hoy no puede de ninguna manera...

krogstad.

Por ahora no vamos a hablar de eso. Se trata de otra cosa. Me figuro que podrá dedicarme un momento.

nora.

¡Oh! sí, claro, por supuesto... aunque...

krogstad.

Muy bien. Estaba yo sentado en el restaurante Olsen, cuando he visto pasar a su marido...

nora. Sí, sí.

krogstad.

...con una señora.

nora.

¿Y qué...?

krogstad.

¿Puedo hacerle una pregunta? ¿No era la señora Linde?

nora. Sí.

krogstad.

¿Acaba de llegar a la ciudad?

nora.

Sí, ha llegado hoy.

krogstad.

¿Y es amiga íntima de usted?

nora.

Sí; pero no veo qué relación...

krogstad.

Yo también la conocía.

nora. Lo sé.

krogstad.

¿De veras? Así, estará usted enterada. Me lo suponía. Entonces podré preguntarle con toda franqueza: ¿es verdad que la señora Linde va a tener un empleo en el Banco?

nora.

Señor Krogstad, ¿cómo se permite preguntarme eso usted, que es un subordinado de mi marido? Pero, ya que me lo pregunta, voy a responderle. Es verdad; la señora Linde tendrá una colocación, y además, soy yo quien ha influido para ello. Ya lo sabe usted, señor Krogstad.

krogstad. He acertado.

nora. (Paseándose.)

Como puede suponer, una tiene algo de influencia. No crea que ser mujer no quiere decir que... Cuando se es un subordinado, señor Krogstad, hay que obrar con un poco de tacto para no mortificar a una persona que...

krogstad.

¿...que tiene influencia?

nora. Eso es.

krogstad. (Cambiando de actitud.)

Señora, ¿sería usted tan amable que empleara su influencia en mi favor?

nora.

¡Cómo! ¿Qué se propone?

krogstad.

¿Sería usted tan amable que se preocupara de que pueda yo conservar mi empleo en el Banco?

nora.

¿Qué significa esto?... ¿Quién ha pensado en quitarle su empleo?

krogstad.

¡Oh! no hay para qué fingir. Comprendo muy bien que a su amiga no le guste tropezarse conmigo, y ahora, además, comprendo a quién debo agradecer mi cesantía.

nora.

Le aseguro que...

krogstad.

Bueno, bueno. En una palabra, todavía está usted a tiempo de impedirlo.

nora.

Pero, señor Krogstad, si no tengo ninguna influencia...

krogstad.

¡Ah! ¿No? Pues me parece que acaba usted de afirmar...

nora.

Sin duda, no he querido decir que... ¿Cómo puede usted creer que yo tenga tanta influencia con mi marido?

krogstad.

¡Oh! conozco a su esposo desde que éramos estudiantes. Y dudo mucho de que el señor director sea más enérgico que otros maridos.

nora.

Si habla usted despectivamente de mi esposo, puede ir tomando la puerta.

krogstad.

Es usted valiente, señora.

nora.

Ya no le tengo miedo. Después de Año Nuevo me veré libre en absoluto.

krogstad. (Reprimiéndose.)

Óigame, señora. Si hay que hacerlo, lucharé con todas las armas por mantener mi puesto en el Banco.

nora.

Es de presumir.

krogstad.

No sólo por los ingresos, que son lo que menos me importa. Por otra cosa que... Bien; se lo diré. Usted sabrá, indudablemente, como todo el mundo, que hace unos cuantos años cometí cierta imprudencia...

nora.

Sí; creo que he oído hablar algo de eso.

krogstad.

El asunto no llegó a los tribunales, aunque en seguida se me cerraron todos los caminos. Y entonces emprendí esa clase de negocios que usted no ignora. A algo tenía que agarrarme, y me atrevo a decir que no he sido peor que otros. Pero hoy necesito salir de todo eso. Mis hijos ya van siendo mayores, y se impone que recobre mi reputación. El empleo del Banco representaba para mí el primer escalón, y ahora resulta que su esposo quiere arrojarme de él para hacerme caer nuevamente en el fango.

nora.

Pero, por amor de Dios, señor Krogstad; no está en mis manos ayudarle.

krogstad.

Porque no quiere usted; pero cuento con medios para obligarla.

nora.

¿Será usted capaz de decir a mi marido que le debo dinero?

krogstad.

¿Y si lo hiciera?

nora.

Sería una infamia por su parte. (Con voz rota.) ¡Ese secreto que es mi alegría y mi orgullo... saberlo él de una manera tan indigna y vergonzosa... saberlo por usted! Me expondría a los mayores disgustos...

krogstad.

¿Sólo a disgustos?...

nora. (Con vehemencia.)

Pero hágalo, si quiere; será para usted peor... Así, se dará cuenta mi marido de lo despreciable que es usted, y entonces sí que se quedará sin su empleo.

krogstad.

Acabo de preguntar si no son más que disgustos familiares lo que usted teme.

nora.

No cabe duda de que, si mi marido se entera, pagará en el acto el resto de la deuda; y así acabaremos con usted definitivamente.

krogstad. (Avanza un paso hacia ella.) Oiga, señora... ¿es que no tiene usted memoria, o es que no entiende de negocios? Por lo que veo habré de ponerla al corriente sobre este particular.

nora. ¡Cómo!

krogstad.

Cuando estaba enfermo su esposo vino usted a pedirme prestadas cuatro mil ochocientas coronas...

nora.

No conocía a nadie más...

krogstad.

Yo prometí procurarle ese dinero.

nora. Y me lo procuró.

krogstad.

Pero en ciertas condiciones. Estaba usted entonces tan preocupada con la enfermedad de su esposo, y tan ansiosa de encontrar dinero para el viaje, que creo que no pensó bien en los detalles. Y no me parece inoportuno recordárselos. Le prometí proporcionarle el dinero, contra un recibo que yo mismo había redactado.

nora.

Sí, y lo firmé.

krogstad.

De acuerdo. Pero a continuación, había yo agregado algunas líneas, por las cuales su padre se hacía responsable de la deuda. Esas líneas debía firmarlas él mismo.

nora.

¿Qué debía...? Las firmó.

krogstad.

Dejé la fecha en blanco, para que su padre la pusiera cuando firmase el documento. ¿Se acuerda usted?

nora.

Sí, creo que sí.

krogstad.

Y después le di a usted el recibo para que lo enviase por correo a su padre. ¿No fue así?

nora. Así fue.

krogstad.

Como es natural, lo hizo usted en seguida, porque, pasados unos cinco o seis días, me devolvió el mismo documento con la firma de su padre. Y entonces cobró usted el dinero.

nora.

Sí, bien. ¿Y no he ido pagando con regularidad?

krogstad.

Poco más o menos. Pero, volviendo a lo de antes... Aquéllos eran tiempos bastante difíciles para usted, señora...

nora. Lo eran, sí.

krogstad. Y su padre estaba muy enfermo, creo,

nora.

Muriéndose.

krogstad.

¿Y murió poco después?

nora. Sí.

krogstad.

Dígame, señora, ¿recuerda usted, por casualidad, la fecha de la muerte de su padre?

nora.

Papá murió el veintinueve de septiembre.

krogstad.

Exactamente. Lo sabía. Por eso mismo (Saca un papel), no acabo de explicarme cierta particularidad...

nora,

¿Qué particularidad? No caigo...

krogstad.

Es sorprendente, señora, que su padre firmara el documento tres días después de su muerte. (nora guarda silencio) ¿Puede explicármelo usted? (nora. permanece callada.) También es singular que la fecha dos de octubre y el año, no estén escritos por la mano de su padre, sino por otra mano que creo reconocer... Bueno; eso es explicable. Puede que su padre se olvidara de fechar la firma, y que lo haya hecho cualquiera antes de saber su muerte. En eso no hay nada malo. Lo que importa es la firma. Me figuro que será auténtica, ¿verdad? Porque supongo que sería su propio padre quien puso su nombre...

nora. (Tras de una corta pausa, levanta desdeñosamente la cabeza y le mira con resolución.) No, no fue él. Fui yo misma quien escribió el nombre de papá.

krogstad.

Oiga, señora, ¿se percata usted de lo grave que es esa confesión?

nora.

¿Por qué, si pronto va usted a percibir su dinero?...

krogstad.

¿Me permite otra pregunta? ¿Por qué razón no envió usted el papel a su padre?

nora.

Era imposible: ¡estaba papá tan enfermo! Si le hubiese pedido la firma, también habría tenido que concretarle en qué se invertiría el dinero. ¿Y cómo iba a decirle, tan enfermo como estaba, que peligraba la vida de mi marido? Era imposible.

krogstad.

En tal caso, lo mejor para usted habría sido prescindir de ese viaje al extranjero.

nora.

Era no menos imposible. Ese viaje iba a traer la salvación de mi marido, y no podía yo desistir de él.

krogstad.

¿Y no se le ocurrió a usted que estaba cometiendo una estafa en contra mía?

nora.

No podía pararme a pensar en esas cosas. Para nada me cuidaba de usted. Se me hacía odioso por la frialdad de los razonamientos que oponía a mis deseos, aun sabiendo el peligro en que estaba mi marido.

krogstad.

Señora, con toda evidencia desconoce usted la gravedad de lo que ha hecho. Sólo le diré que lo que hice yo cuando perdí toda mi posición social no fue ni más ni menos que eso.

nora.

¿Usted? ¿Quiere convencerme de que ha hecho algún sacrificio por salvar la vida de su mujer?

krogstad.

A las leyes no les importan los motivos.

nora.

Pues son unas leyes muy malas.

krogstad.

Malas o no... si yo presento este documento a las autoridades, será usted condenada por esas leyes.

nora.

Me resisto a creerlo. ¿Acaso una hija no tiene derecho a evitar a su anciano padre moribundo inquietudes y disgustos? ¿Acaso una esposa no tiene derecho a salvar la vida de su esposo? Yo no conozco las leyes a fondo; pero estoy segura de que en algún sitio se dice que esas cosas están permitidas. ¿Y usted, procurador, no se ha enterado de ello? Debe de ser bastante mal jurista, señor Krogstad.

krogstad.

Posiblemente. Pero en negocios como los que median entre usted y yo, espero que concederá que soy bastante entendido. Bien. Haga lo que quiera, aunque conste que, si me hundo por segunda vez, irá usted a hacerme compañía. (Saluda y vase.)

nora. (Se queda largo rato pensativa.

Levantando la cabeza.)

¡Bah, querrá asustarme! Pero no soy tan cándida. (Empieza a ordenar la ropa de los niños, que abandona pronto.) Aunque... ¡No, no es posible! Si lo hice por amor...

Los niños. (A la puerta de la izquierda.) ¡Mamá, se ha ido el hombre!

nora.

Sí, sí; ya lo sé. Pero no habléis más de él, ¿habéis oído? ¡Ni a papá!

Los niños.

No, mamá. ¿Jugamos ya?

nora.

No, no; ahora no.

Los niños.

¡Oh, mamá! nos lo habías prometido.

nora.

Sí; pero ahora no puedo: tengo mucho que hacer. Andad, marchaos3 hijos míos. (Empujándolos cariñosamente, cierra la puerta tras ellos. Se sienta en el sofá, toma su labor y da algunas puntadas, interrumpiéndose luego.) ¡No! (Deja caer su labor, va a la puerta de la antesala y llama.) ¡Elena! ¡Tráeme el árbol! (Se acerca a la mesa de la izquierda, abre el cajón y se queda suspensa.) ¡No; es de todo punto imposible!

elena. (Con el árbol.) ¿Dónde lo dejo, señora?

nora.

Aquí en medio.

elena.

¿Hay que traer algo más?

nora.

No, gracias; tengo lo que necesito. (ELENA sale después de dejar el árbol. nora empieza a arreglarlo.) Hacen falta velas y flores... ¡Qué persona tan repugnante!... ¡Es absurdo, absurdo! No pasará nada. El árbol va a quedar precioso... Haré todo lo que quieras, Torvaldo... cantaré para ti, bailaré para ti... (Entra helmer con un rollo de papeles bajo el brazo.) ¡Ah! ¿Ya estás aquí?

helmer.

Sí. ¿Ha venido alguien?

nora.

¿Aquí? No.

helmer.

¡Qué extraño! He visto a Krogstad salir del portal.

nora.

¡Ah! sí, es verdad. Krogstad ha estado un momento.

helmer.

Nora, te lo conozco en la cara; ¿a que ha venido a pedirte que me hablaras en su favor?

nora. Sí.

helmer.

Y debías hacerlo como si fuese por tu propia iniciativa, ocultándome que había estado aquí. ¿No te lo ha pedido también?

nora.

Sí, Torvaldo; pero...

helmer.

¡Nora, Nora! ¿Y tú has sido capaz de eso? ¡Mantener una conversación con semejante individuo, haciéndole una promesa inclusive! ¡Y encima, decirme una mentira!...

nora.

¿Una mentira?...

helmer.

¿Pues no me has dicho que no había venido nadie? (Amenazando con el dedo.) No volverá a hacer eso mi pajarito cantor. Un pajarito cantor debe tener el pico limpio para gorjear sin desafinaciones. (Cogiéndola por la cintura.) Así ha de ser, ¿no? (Soltándola.) Y ahora, no hablemos más de ello. (Se sienta delante de la estufa.) ¡Qué bien se está aquí! (Hojea sus papeles.)

nora. (Ocupada en arreglar el árbol, después de una pausa.) \ Torvaldo!

helmer. ¿Qué?

nora.

Estoy muy ilusionada con el baile de máscaras de pasado mañana en casa de los Stenborg.

helmer.

Y yo estoy intrigadísimo pensando en la sorpresa que me preparas.

nora.

¡Oh, qué pesadez!

helmer. ¿Cuál?

nora.

No se me ocurre ningún disfraz que valga la pena; todo resulta soso y disparatado.

helmer.

¿Ahora sales con ésas?

nora. (Detrás del sillón, con los brazos apoyados en el respaldo.) ¿Estás muy atareado, Torvaldo?

helmer. Regular.

nora.

¿Qué papeles son ésos?

helmer.

Cosas del Banco.

nora. ¿Ya?

helmer.

El director saliente me ha dado plenos poderes para introducir los cambios necesarios en el personal y en la organización de los negocios. Dedicaré la semana de Navidad a hacerlo. Quiero que para Año Nuevo esté en regla todo.

nora.

Entonces, ¿por eso el pobre Krogstad...?

helmer. ¡Ejem!...

nora. (Sigue apoyada en el respaldo, mientras le acaricia el cabello.) Si no estuvieras tan atareado, querría pedirte un favor muy grande.

helmer.

Vamos a ver: ¿en qué consiste?

nora.

No hay nadie con un gusto tan exquisito como tú. ¡Tengo tantos deseos de aparecer bonita en el baile de máscaras!... Torvaldo, ¿no podrías ocuparte un poco de mí, y elegirme el disfraz?

helmer.

¡Vaya, vaya! ¿Conque la testarudita se decide a pedir ayuda, eh?

nora.

Sí, Torvaldo; si no me ayudas, no se me ocurrirá nada.

helmer.

Bien, bien; lo pensaré. Ya buscaremos algo.

nora.

¡Qué bueno eres! (Se dirige de nuevo al árbol.) ¡Cómo lucen las flores encarnadas en el árbol!... Pero oye, di: ¿es realmente tan grave lo que ha hecho Krogstad?..,

helmer.

Ha falsificado firmas. ¿Te percatas de lo que representa eso?

nora.

¿No puede haberlo hecho movido por la necesidad?

helmer.

Sin duda, si no movido por la irreflexión, igual que muchos otros. Pero yo no tengo tan poco corazón como para condenar sin piedad a un hombre sólo por un acto de esa índole.

nora.

¿Verdad que no, Torvaldo?

helmer.

Muchos pueden rehabilitarse, si confiesan de plano su delito y sufren el correspondiente castigo.

nora.

¿Castigo...?

helmer.

Sí; pero Krogstad no ha seguido ese camino. Se ha valido de trampas y artimañas, y eso es lo que le ha arruinado moralmente.

nora,

¿Crees que...?

helmer.

Piensa que un hombre así, con la conciencia de su falta, tiene que mentir, disimular y fingir en todas partes; tiene que enmascararse hasta en familia, delante de su mujer y de sus propios hijos. Y lo de que mezcle en ello a sus hijos es lo peor de todo, Nora.

nora.

¿Por qué?

helmer.

Porque una atmósfera semejante de falsedad contamina irremisiblemente el hogar. Cada vez que respiran, los hijos se contagian de gérmenes malsanos.

nora. (Acercándose.) ¿Estás seguro de eso?

helmer.

¡Claro! Como abogado, lo he comprobado en numerosas ocasiones. Casi todas las personas depravadas en su juventud han tenido madres embusteras.

nora.

¿Por qué madres... precisamente?

helmer.

De ordinario son las madres; aunque, como es lógico, también los padres influyen en este sentido. Bien lo saben todos los abogados. Sin embargo, Krogstad ha estado envenenando a sus hijos año tras año en su propio hogar, con mentiras y simulaciones. Por eso le considero moralmente arruinado. (Tendiéndole las manos.) Y por eso, mi querida Nora, vas a prometerme no hablar más en su favor. ¡Dame tu mano! Pero, mujer, ¿a qué aguardas... qué es eso?... ¡Dámela! Así. Entonces, convenido. Te aseguro que me hubiera sido absolutamente imposible trabajar con él. Siento un verdadero malestar físico junto a tales personas.

nora. (Retira su mano, y se dirige al otro lado del árbol.)

¡Qué calor se nota aquí! ¡Y yo que tengo tanto que hacer...!

helmer. (Se levanta y recoge sus papeles.)

Voy a echar una ojeada a esto antes de sentarnos a la mesa. Luego me ocuparé de tu disfraz. ¡Quién sabe si, a lo mejor, tengo algo dispuesto para colgarlo del árbol, envuelto en un papel dorado! (Poniéndole una mano sobre la cabeza.) ¡Querido pajarito cantor! (Entra en su despacho cerrando la puerta.)

nora. (En voz baja, luego de un silencio.) ¡No, no es verdad!... ¡Es imposible!

¡Tiene que ser imposible!...

ana maría. (A la puerta de la izquierda.)

Los niños piden que su mamá les permita entrar,

nora.

¡No, no; no les dejes venir conmigo! Quédate tú con ellos, Ana María.

ana maría.

Está bien, señora. (Cierra la puerta.)

nora. (Pálida de terror.)

¡Pervertir a mis hijos!... ¡Envenenar el hogar! (Pausa. Levanta la cabeza.) ¡No, no es verdad!... ¡No puede serlo!



(1) En Noruega está bastante extendido el uso de estas estufas, llamadas suecas, con un metro de diámetro y dos de altura.

(2) Cincuenta céntimos.